Bartholomé de Grandes Pies
Había una vez, en un pueblito soleado llamado San Risas, un niño llamado Bartholomé. Lo único diferente de Bartholomé eran sus enormes pies. Mientras sus amigos calzaban zapatillas de niño, él necesitaba buscar un número especial: ¡usaba un 44! Esto a veces le causaba problemas en la escuela y en el patio de juegos.
"¡Tus pies son más grandes que tu cabeza!" - le gritaba un niño mientras se reía con sus amigos.
Bartholomé se entristecía con estas palabras, pero en el fondo sabía que había que buscar el lado positivo de cada situación. Un día, decidió ir al parque para distraerse. Mientras caminaba, un grupo de chicos estaba intentando volar una cometa, pero no podía despegar del suelo.
"¡Ay, no puedo hacer que vuele!" - decía una niña con tristeza.
Bartholomé, que había estado observando, se acercó.
"¿Puedo intentar? Mis pies son grandes, tal vez pueda ayudarles" - dijo sonriendo.
Los chicos lo miraron con curiosidad. Después de unos instantes de duda, aceptaron. Bartholomé se colocó detrás de la cometa, le dio un buen tirón con sus pies grandes, y...
"¡Uhuuuuuu! ¡Vuela!" - gritaron todos al ver cómo la cometa se subía entre las nubes azules.
Desde ese día, Bartholomé se convirtió en el experto en cometas del barrio. Cada tarde, los chicos lo buscaban para que los ayudara a volar sus cometas. El niño de grandes pies encontró su lugar y comenzó a sentirse orgulloso por su diferencia.
Pero un día, mientras estaban en el parque, un niño nuevo llegó. Se llamaba Pablo y también era diferente, tenía unas orejas muy grandes y a veces los otros chicos se burlaban de él.
"Hola, soy Bartholomé. ¿Querés unirte?" - le dijo Bartholomé a Pablo.
Pablo se sintió inseguro, pero aceptó la invitación. Sin embargo, cuando Bartholomé le pidió ayuda para volar la cometa, Pablo se sintió muy nervioso.
"No sé, ¿y si se ríen nuevamente de mí?" - contestó.
Bartholomé, recordando sus propias inseguridades, recordó cómo se había sentido al principio. Entonces le dijo:
"No importa lo que digan. Lo que realmente importa es lo que sentimos nosotros mismos. Si te animás a participar, ¡te vas a divertir! Todos somos diferentes de alguna manera y eso está bien".
Con esas palabras, Pablo se sintió más tranquilo y se unió al juego. Mientras intentaban volar la cometa, Bartholomé utilizó sus grandes pies para darle impulso, y Pablo, con su entusiasmo, ayudó a sostenerla. Juntos, lograron que la cometa volara más alto que nunca.
Los otros chicos los observaron y, poco a poco, fueron dejando de lado las diferencias. Bartholomé y Pablo se convirtieron en grandes amigos, mostrándole al resto que la verdadera amistad radica en aceptar las diferencias y celebrar las únicas cualidades de cada uno.
Desde ese día en adelante, el grupo se volvió más unido y todos aprendieron a quererse por lo que eran. Bartholomé, con sus grandes pies, ya no sentía que tenía un defecto, sino que su tamaño le había dado un superpoder... ¡ayudar a los demás! Y Pablo, con sus orejas especiales, se dio cuenta de que ser diferente siempre puede ser una ventaja en el juego de la vida.
Y así, en San Risas, la risa y el compañerismo siempre flotaron en el aire, de la mano de Bartholomé y sus grandes pies.
FIN.