Beatriz y el Faro Mágico
Era una tarde de verano en la tranquila localidad de Costa Brillante. Beatriz, una niña curiosa y valiente, jugaba en su casa. Después de un rato, escuchó un fuerte estrépito que provenía de su ventana. Se acercó rápidamente y, al mirar, vio una hermosa luz brillando en el horizonte, cerca del faro.
Intrigada, se dio cuenta de que, a través de la luz centelleante, la figura de su amigo Roberto aparecía. Estaba esforzándose por ayudar a una gaviota que parecía atrapada. El instinto de Beatriz la llevó a abrir la ventana y gritar a plena voz:
"¡Roberto! ¡Necesitás ayuda!"
Roberto, al escucharla, giró su cabeza, y con una gran sonrisa le respondió:
"¡Sí! Esta gaviota no puede volar y se ha lastimado una ala. Pero no sé cómo ayudarla."
Beatriz pensó rápido. Su abuelo le había contado muchas historias sobre el cuidado de los animales y, aunque era pequeña, sabía que siempre había un modo de ayudar. Sin dudarlo, le dijo a Roberto:
"¡Vamos a buscar algo que le sirva!"
Bajaron corriendo las escaleras y se dirigieron a la cocina. En la heladera, Beatriz recordó que había vendas de tela que su madre usaba para cocinar. Las tomaron y corrieron hacia el lugar donde estaba la gaviota.
Cuando llegaron, vieron que la gaviota seguía inquieta. Roberto intentó tocarla, pero la gaviota se asustó y volvió a intentar volar.
"¡No te acerques tanto! Tiene miedo, ¡necesitamos ser suaves!" le aconsejó Beatriz.
Roberto asintió y se quedó quieto. Beatriz, con mucha delicadeza, se acercó lentamente y habló con la gaviota:
"Hola, pequeña. No te vamos a hacer daño. Solo queremos ayudarte a volver a volar."
Poco a poco, la gaviota se calmó al escuchar la dulce voz de Beatriz. Ella y Roberto dejaron que el animal tomara confianza. Finalmente, Beatriz pudo colocarle la venda.
"¡Perfecto! Ahora le falta un poco de calor para que su ala sane. ¿Se te ocurre algo?" preguntó Roberto.
Beatriz, recordando las palabras de su abuelo sobre el cuidado de las aves, sugirió usar la caja de cartón que había en el jardín. Juntos, hicieron un pequeño nido con suaves hojas y envolvieron a la gaviota con ternura.
"¡La llevaremos a mi casa!" dijo Roberto entusiasmado.
Con mucho cuidado, colocaron a la gaviota en la caja y comenzaron a caminar hacia la casa de Beatriz. Cambiaron la emoción por un propósito: curar al nuevo amigo que habían encontrado. Durante el trayecto, se turnaron para contar historias sobre animales y qué harían cuando la gaviota estuviera recuperada.
Una vez en la casa, Beatriz y Roberto se pusieron manos a la obra. Le dieron agua y unos trocitos de pescado que habían guardado de su almuerzo. Con mucho amor, cuidaron de la gaviota hasta que comenzó a hacer ruiditos suaves, asomando su cabezita.
"Creo que ya se siente mejor," dijo Beatriz.
"Y también creo que muy pronto volverá a volar," agregó Roberto con una sonrisa llena de esperanza.
Los días pasaron, y con la atención de ambos, la gaviota mostró señales de mejoría. Una mañana, cuando Beatriz y Roberto la miraban con atención, notaron que comenzaba a mover su ala con más fuerza.
"¡Es un milagro!" gritó emocionada Beatriz.
Finalmente, el día llegó. Beatriz y Roberto llevaron a la gaviota al mismo lugar donde la habían encontrado. Con ternura, abrieron la caja y la gaviota, al sentirse libre, alzó el vuelo.
"¡Volá, amiga! ¡Estamos orgullosos de vos!" exclamó Roberto, mientras Beatriz aplaudía.
La gaviota dio algunas vueltas por el aire, batiendo sus alas con alegría antes de desaparecer en el horizonte. Ambos amigos rieron y se sintieron felices.
"Hoy aprendí que siempre se puede ayudar, aunque lo que tengamos no sea mucho," dijo Beatriz.
"Yo también," respondió Roberto, sonriendo. "La amistad y el cuidado son lo más importante."
Desde aquel día, Beatriz y Roberto se sintieron inspirados a ayudar no solo a los animales, sino también a las personas que los rodeaban, porque sabían que cada pequeño acto de bondad puede hacer una gran diferencia en el mundo.
FIN.