Beita y el poder de la respiración
Era una mañana fresca en el barrio de Beita, una adolescente de 12 años con ojos chispeantes y un temperamento fuerte. Ella vivía con sus padres, quienes siempre intentaban aconsejarla, pero a Beita no le gustaban mucho esos consejos.
Una madrugada, después de haber tenido otra pelea con sus papás, Beita se encerró en su habitación.
"¿Por qué no pueden entenderme? ¡No necesito que me digan qué hacer!" - gritó, mientras lanzaba un peluche a su cama.
Un ruido suave la interrumpió. Era su gato, Tigre, que se acomodaba en su regazo. Beita suspiró. A pesar de su ira, su gato siempre la hacía sentir un poco mejor.
Un día, Beita decidió salir a caminar. Mientras paseaba, vio a una mujer mayor en el parque haciendo ejercicios de respiración. Intrigada, se acercó.
"¿Qué estás haciendo?" - preguntó Beita, cruzándose de brazos.
"Aprendiendo a calmarme a través de la respiración. A veces, nuestras emociones pueden ser abrumadoras, y respirar profundo nos ayuda a sentirnos mejor" - respondió la mujer con una sonrisa.
Beita frunció el ceño. ¿Respiración? ¿Eso iba a ayudarla con su ira? Pero antes de irse, la mujer la invitó a probarlo.
"Solo intenta. Cierra los ojos, inhala profundo por la nariz, cuenta hasta cuatro, y exhala suave por tu boca... Vamos, intenta" - la animó la mujer.
Beita, aunque algo escéptica, cerró los ojos. Respiró profundo, contó hasta cuatro y soltó el aire. Sorprendentemente, se sintió un poquito mejor.
Esa noche, Beita tuvo una discusión más con sus padres. Estaba furiosa porque no la dejaron ir a una fiesta.
"¡Siempre deciden por mí!" - gritó, con los brazos cruzados.
Su madre suspiró, preocupada.
"Queremos lo mejor para ti, Beita..." - intentó explicarle.
Recordando la respiración que había probado en el parque, Beita decidió activar su nuevo plan. En lugar de gritar, cerró los ojos y respiró.
"Uno... dos... tres... cuatro... y suelto..." - murmuró para sí misma. Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que sus padres la miraban con preocupación, pero ya no tenía tanto enojo.
"No me parece justo, pero... entiendo que solo quieren protegerme" - dijo, con la voz más tranquila.
Sus padres se sorprendieron por su reacción.
"Gracias por intentarlo, Beita. ¿Te gustaría hablar sobre la fiesta y las razones por las que no puedes ir?" - sugirió su papá.
Una chispa de curiosidad iluminó la mirada de Beita. Quizás no todo tenía que ser una lucha.
A medida que pasaban los días, Beita utilizaba la respiración no solo con sus padres, sino también con sus amigos y en la escuela. Cuando algo la frustraba, ella paraba, respiraba y podía ver las cosas desde otra perspectiva.
Un día en la escuela, su amiga Meli se sintió mal porque los chicos de la clase la estaban molestando.
"No sé qué hacer, Beita, me pone muy mal" - se quejó Meli.
Recordando lo que había aprendido, Beita dijo:
"Probá respirar profundo. A veces, eso nos hace pensar mejor y no reaccionar de forma impulsiva".
Meli miró a Beita, un poco confundida, pero decidió intentarlo. Y funcionó.
Fue así como Beita se dio cuenta de que no solo había mejorado su relación con sus padres, sino que también podía ayudar a sus amigos. Un día, decide organizar una pequeña reunión en su casa para compartir con su familia y amigos lo que había aprendido.
"Hoy quiero que todos practiquemos la respiración juntos!" - anunció Beita emocionada.
Sus padres y amigos se rieron, pero la curiosidad los llevó a intentar. Beita, ahora con confianza y una sonrisa, los guió en un ejercicio de respiración, y todos terminaron riendo y sintiéndose mejor.
Pasaron varias semanas y las discusiones con sus padres se volvieron menos frecuentes.
"Mami, creo que tengo una idea para el cumpleaños!" - dijo Beita un día, sentándose a hablar.
"¿De verdad? Cuéntanos, estamos escuchando" - respondió su papá con atención.
Beita sonrió al ver que su conexión con ellos se fortalecía. Gracias a la respiración, había aprendido que a veces solo necesitamos un poco de espacio para calmar nuestro corazón y mente. Mejorar sus relaciones con sus padres no solo la hizo más feliz, sino que también la convirtió en una mejor amiga.
Así, Beita creció aprendiendo que la ira no tiene que ser una reacción, sino un primer paso hacia el entendimiento. Y con un respirito profundo, siempre podía encontrar su camino hacia la calma y la felicidad.
FIN.