Beita y el Secreto de la Calma



En un pequeño pueblo lleno de colores, vivía Beita, una adolescente de 14 años con una increíble energía, pero que a menudo se transformaba en un huracán cuando algo no le gustaba. Su carácter, desafiante, era un reflejo de los cambios que experimentaba. Desde temprano en la mañana hasta la noche, sus amigos y familiares decían: "¡Beita, calmate!". Pero ella no entendía cómo hacerlo.

Un día, Beita decidió que ya no podía más. Había tenido una mañana horrible: una discusión con su mejor amiga Ana sobre quién debía llevar el sombrero más colorido en la fiesta de la escuela. Beita se había enojado tanto que rompió el sombrero de Ana. Al ver la tristeza de su amiga, un nuevo sentimiento comenzó a germinar en su corazón: la culpa.

"¡Esto es horrible! Nunca quise lastimarte, Ana" - se lamentó Beita mientras miraba el sombrero hecho añicos.

Ana, entre lágrimas, respondió: "No sé si quiero hablar contigo ahora, Beita". La mirada de tristeza en el rostro de su amiga hizo que un torbellino de emociones pasara por su interior.

Esa noche, mientras se sentaba en su cama, Beita pensó en lo que había pasado. Había empezado a entender que sus cambios no solo afectaban a su vida, también a los que la rodeaban. Recordó lo que su abuela siempre decía: "La calma es el mejor refugio en tiempos de tormenta". Así que, decidió que era hora de que aprendiera a calmarse.

Al día siguiente, Beita se encontró con su abuela en el jardín.

"Abuela, ¿me enseñás a calmarme?" - preguntó Beita con un poco de vergüenza.

La abuela sonrió, sabiendo que su nieta estaba lista para aprender.

"Claro, querida. La respiración es la clave. Vamos a practicar juntas" - dijo mientras se sentaban en el césped.

Así, comenzando con un simple ejercicio, Beita cerró los ojos y respiró profundamente.

"Inhalamos por la nariz... uno, dos, tres... y exhalamos por la boca... uno, dos, tres".

Juntas, repitieron el ejercicio varias veces. Beita sintió cómo su cuerpo comenzaba a relajarse.

"Estás haciendo un gran trabajo, Beita. Ahora vayamos un paso más lejos. Cuando sientas que la ira comienza a asomarse, recuerda esos ejercicios. Y, sobre todo, intenta comprender cómo se sienten los demás".

Día a día, Beita practicó su respiración, y poco a poco comenzó a notar un cambio. Un día, mientras estaba en clase, su compañero Lucas comenzó a burlarse de su forma de vestir. La ira empezó a subir, pero recordó lo que su abuela le enseñó. Cerró los ojos, respiró profundamente y se dijo: "¿Cómo se sentirá Lucas? Quizás no está feliz con él mismo hoy".

Cuando abrió los ojos, decidió hablar con Lucas de manera tranquila.

"Lucas, no me gusta lo que dijiste, y me lastima, pero entiendo que a veces no estamos bien".

Sorprendido, Lucas le respondió:

"Lo siento, Beita. No quise ofenderte".

Así, Beita se dio cuenta de que, al poner en práctica la empatía, podía generar un ambiente de paz a su alrededor.

A medida que pasaban los días, la noticia de la transformación de Beita se esparció. La fiesta de la escuela llegó, y al verse en el espejo, pensó en lo que había aprendido: no solo los sombreros son coloridos, sino también el corazón que elige ser comprensivo.

En la fiesta, se acercó a Ana.

"Ana, quiero pedirte perdón de verdad. Me gustaría que volviéramos a ser amigas".

Ana sonrió, y juntas se abrazaron.

"Te perdono, Beita. Te extrañé".

Los días de Beita no solo se llenaron de colores, sino también de comprensión, respeto y mucho amor. Así, la chica que un día no podía calmar su ira se convirtió en un verdadero faro de luz para sus amigos, sabiendo que la calma y la empatía son poderes mágicos capaces de cambiar el mundo.

Y así, a través de la respiración y el entendimiento, Beita aprendió que, si bien las tormentas pueden ser fuertes, siempre hay un arcoíris al final.

FIN.

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