Bella y el Magia del Cambio



Era una vez una niña llamada Bella que vivía en un lindo pueblito rodeado de montañas y ríos cristalinos. Bella estaba atravesando una etapa mágica en su vida: la pubertad. Aunque la palabra sonaba rara, para ella significaba que estaba empezando a cambiar de muchas formas. De repente, su cuerpo comenzaba a transformarse, y con ello, sus emociones se volvían como las olas del mar: a veces tranquilas, a veces tempestuosas.

Un día, Bella se sentó en su lugar favorito, un tronco antiguo cerca del río. Allí se encontró con su amiga, Clara.

-Bella, ¿qué te pasa? Te veo diferente. -dijo Clara, sonriendo.

-A veces me siento como un globo que va subiendo y bajando. -respondió Bella.

-¡Eso es normal! ¡Estamos creciendo! -exclamó Clara, saltando de alegría.

Pero Bella no se sentía tan emocionada. Todos los días se miraba al espejo, y a veces le gustaba lo que veía, pero otras veces no entendía lo que estaba cambiando. Así que decidió visitar a su abuela Rosa, una mujer sabia que siempre sabía qué hacer.

-¡Abuela, siento que estoy cambiando y no sé si me gusta! -exclamó Bella.

-Hija mía, la pubertad es un camino lleno de aventuras, aunque a veces parezca complicado. -dijo Rosa mientras acomodaba su pañuelo gris.

-¿De verdad? -preguntó Bella, mirándola con curiosidad.

-Sí, es como cuando las orugas se convierten en mariposas. Aunque a veces les duele, al final, son más bellas y libres. -explicó su abuela con una sonrisa.

Bell soñó esa noche con mariposas volando alrededor de su cabeza, pero al día siguiente, se enfrentó a otro desafío. Durante el almuerzo en la escuela, sus amigos comenzaron a hablar sobre cosas nuevas que les gustaban, y Bella se sintió fuera de lugar.

-¿A quién le importa si no me gusta la misma música que a ellos? -pensó Bella.

Entonces, decidió hablar sobre su amor por la pintura. Cuando lo hizo, sus amigos la miraron atónitos.

-¡No sabia que pintabas! Esto es increíble, ¡tenés que mostrarnos tus cuadros! -dijo Tomás, su compañero más divertido.

Bella sonrió, sintiéndose un poco mejor. Se dio cuenta de que cada uno tenía sus propios gustos. Entonces, tuvo una idea: organizar una exhibición de arte en la escuela con las obras de todos. Así, todos podrían compartir sus talentos.

-¿Qué te parece si hacemos una exhibición de arte? -sugirió Bella a sus amigos.

-¡Sí! ¡Me encanta! -gritaron todos, emocionados.

Con la ayuda de sus compañeros, Bella trabajó duro y junto a ella, todos los estudiantes comenzaron a explorar sus pasiones. Ara, la chica que siempre había sido tímida, empezó a mostrar su amor por la danza, mientras que Pedro reveló su talento para escribir cuentos. Bella se dio cuenta de que no estaba sola en sus sentimientos y que cada uno estaba cambiando y creciendo a su manera.

El día de la exhibición fue mágico. El salón se llenó de alegría, color y risas. Cada uno compartió parte de su mundo, y ese día Bella entendió algo fundamental:

-¡No hay nada de malo en ser diferente! -gritó mientras observaba a sus amigos disfrutar.

Finalmente, se sintió agradecida no solo por sus cambios, sino por la maravillosa comunidad que la rodeaba.

Y así, Bella aprendió a abrazar su propia metamorfosis, encontrando fuerza en su autenticidad y en su círculo de amigos. La pubertad no la asustaba más; la veía como una etapa llena de oportunidades para descubrir su voz y dejar volar su imaginación.

Con el tiempo, Bella y sus amigos siguieron creciendo y mientras lo hacían, entre risas y mariposas, compartieron sus sueños y construyeron una amistad más fuerte, recordando siempre que cada cambio es simplemente un paso hacia algo nuevo y bello.

-¡Así que a disfrutar de esta aventura que es crecer! -terminó su abuela, dándole un abrazo a Bella.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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