Benito, el guardián alado del bosque
Había una vez en un bosque encantado, un conejito llamado Benito que siempre soñaba con volar como los pájaros. Todos los días miraba al cielo con envidia, deseando poder surcar las nubes y sentir la libertad en sus orejas.
Un día, mientras deambulaba por el bosque, se encontró con una vieja lechuza sabia llamada Doña Aurora. La lechuza notó la tristeza en los ojos de Benito y decidió ayudarlo a cumplir su sueño de volar.
"¿Qué te aflige, pequeño Benito?", preguntó Doña Aurora con voz grave pero amable. Benito contó su deseo de volar y cómo se sentía atrapado en el suelo sin poder alcanzar las alturas.
Doña Aurora sonrió y le dijo:"No te preocupes, querido Benito. Tengo algo especial que puede ayudarte. "La lechuza sacó de su bolsa un par de alas mágicas y se las colocó a Benito sobre la espalda.
En ese momento, el conejito sintió una energía diferente recorrer su cuerpo y unas enormes alas blancas surgieron a sus costados. "¡Oh, gracias Doña Aurora! ¡Estoy volando!", exclamó Benito emocionado mientras batía sus alas y se elevaba por los cielos del bosque.
Durante días enteros, Benito exploró el bosque desde lo alto, descubriendo nuevos lugares y haciendo amigos entre las aves del lugar. Sin embargo, pronto comenzaron a surgir problemas inesperados.
Una tarde, mientras volaba cerca del río cristalino del bosque, vio a un grupo de ardillas traviesas intentando robar nueces de un árbol custodiado por un búho gruñón. Sin pensarlo dos veces, Benito descendió rápidamente para interceder. "¡Alto ahí! No deberían robar esas nueces sin permiso", dijo Benito con valentía hacia las ardillas asustadas.
El búho gruñón miró sorprendido al conejito parlante que había venido en ayuda de su tesoro. Agradecido por la intervención de Benito, el búho decidió perdonar a las ardillas traviesas y compartir algunas nueces con todos como muestra de paz.
A partir de ese día, Benito se convirtió en el guardián del bosque junto con Doña Aurora y el búho gruñón.
Juntos velaban por la armonía entre todos los habitantes del lugar y aseguraban que reinara la justicia y amistad en cada rincón verde del bosque encantado.
Y así fue como el conejito soñador aprendió que no necesitaba tener alas físicas para ser libre ni alcanzar grandes alturas; bastaba con tener un corazón noble dispuesto a ayudar a los demás para elevarse más allá de cualquier límite conocido.
FIN.