Benito y las semillas de la generosidad



Había una vez en un hermoso prado, un conejito llamado Benito. Benito era conocido por ser un conejito muy travieso y mentiroso, pero a pesar de todo, tenía dos buenos amigos: el cerdito Pancracio y la oveja Margarita.

Un día, Pancracio y Margarita estaban muy hambrientos y recordaron que Benito siempre guardaba una gran zanahoria para ocasiones especiales. Decidieron ir a visitarlo para pedirle que les invite su deliciosa zanahoria.

Al llegar al madriguera de Benito, Pancracio tocó la puerta con su hocico y dijo: "¡Hola Benito! ¿Podrías invitarnos tu rica zanahoria? Estamos muy hambrientos". "Lo siento mucho Pancracio", respondió Benito con voz temblorosa, "pero hoy no puedo compartir mi zanahoria contigo".

Pancracio se entristeció al escuchar la respuesta de su amigo, pero decidió seguir adelante junto a Margarita. La oveja batió sus patitas contra la puerta y exclamó: "¡Benito querido! ¿Nos podrías invitar tu sabrosa zanahoria? Tenemos mucha hambre".

Benito miró fijamente a Margarita y le dijo fríamente: "Lo siento Margarita, pero esta zanahoria es solo para mí. No puedo compartirla". Margarita se sintió decepcionada por la actitud egoísta de su amigo conejito.

Sin embargo, en ese momento algo inesperado sucedió. Un pajarillo que había estado observando toda la escena desde un árbol cercano decidió intervenir.

El pajarillo voló hasta donde estaban los tres amigos y les dijo: "Queridos amigos, no se preocupen por esa zanahoria tan codiciada por Benito. En mi nido tengo unas semillas mágicas que pueden hacer crecer una zanahoria aún más grande y deliciosa".

Los tres amigos se emocionaron al escuchar esto e inmediatamente siguieron al pajarillo hasta su nido en lo alto del árbol. El pajarillo les entregó las semillas mágicas y juntos las sembraron en el prado. Días después, frente a sus ojos asombrados, creció una enorme zanahoria brillante e irresistible.

Los tres amigos compartieron felices aquel festín improvisado gracias a la generosidad del pequeño pajarillo. Desde ese día en adelante, Benito aprendió la lección de que ser egoísta y mentiroso solo trae tristeza y soledad.

Aprendió el valor de la amistad verdadera y lo importante que es compartir con los demás. Y así, entre risas y alegría, los cuatro amigos disfrutaron juntos muchas aventuras más en el prado encantado donde vivían.

Moraleja: La generosidad siempre será recompensada; es mejor compartir con los demás antes que guardar todo para uno mismo.

FIN.

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