Blanca y su amigo Sapatia
Érase una vez, en un colorido barrio de Buenos Aires, una niña llamada Blanca de dos años y medio. Ella tenía un gato favorito que se llamaba Sapatia. Sapatia era un travieso gatito de pelaje suave y rayas grises que vivía en la casa de su amiga Montse.
Cada vez que Blanca iba al jardín de la casa de su abuela, miraba al balcón de Montse con esperanza. Sabía que Sapatia casi siempre asomaba su cabecita curiosa por el borde del balcón.
Una tarde soleada, mientras las flores del jardín brillaban con colores vibrantes, Blanca exclamó:
"¡Mirá, abuela! Ahí está Sapatia!"
Su abuela sonrió, con cariño.
"Sí, querida, parece que quiere jugar contigo."
Entonces, Blanca comenzó a llamarlo:
"¡Sapatia! ¡Vení, vení!"
El gatito, al escuchar el dulce tono de la voz de Blanca, se estiró, dio un salto y se asomó por el balcón.
"Miau, miau! ¿Me llamaste?"
Ella se rió de alegría.
"¡Sí! Vamos a jugar a la pelota!"
Sapatia miró a su alrededor, como si estuviera pensando en qué hacer.
"No puedo bajar, pero si me tirás la pelota, ¡podré atraparla desde aquí!"
Blanca se entusiasmó y buscó una pelota de colores en el jardín.
"¡Ya vengo!"
Corrió a buscar la pelota y regresó corriendo. Tiró la pelota hacia el balcón. Sapatia la atrapó con sus patitas.
"¡Soy el mejor jugador de pelota!"
"¡Súper Sapatia!" gritó Blanca.
Ambos se divirtieron y riendo, jugaban juntos a la distancia.
Cómo Sapatia no podía bajar, pensó en algo que podía hacer.
"Blanca, ¿y si me mandas una carta para que le diga a Montse que me deje salir?"
Blanca entusiasmada, dijo:
"¡Sí! Pero, ¿cómo se manda una carta?"
"Fácil, podés dibujarme una carta y yo se la muestro a Montse."
Así que, con una hoja y crayones de colores, Blanca se puso a dibujar. Hizo un dibujo de Sapatia con una sonrisa grande y le escribió en letras garabateadas: "Querido Sapatia, querés jugar conmigo en el jardín. ¡Te espero! Con amor, Blanca."
Al terminar, Blanca le dio la carta a su abuela.
"Abuela, ¿puede Sapatia recibir esta carta?"
La abuela sonrió.
"Claro que sí, mi amor, pero vamos a ver cómo se la llevamos."
La abuela, una mujer ingeniosa, le explicó a Blanca que ella tendría que atar la carta a un globo lleno de helio. Así, el globo podría volar hasta el balcón de Montse. Blanca estaba emocionada.
"¡Vamos, abuela! ¡A hacerlo!"
Mientras inflaban el globo, Blanca decía:
"Que llegue rápido, que quiero que Sapatia venga a jugar."
Cuando el globo estuvo listo, Blanca soltó las cuerdas.
"¡Adiós, carta! ¡Llevá mi mensaje!"
Y como un viento mágico, el globo voló por los aires, llevando la carta de Blanca.
Pero, de repente, el globo se enganchó en una rama de un árbol alto.
"¡No! ¡Globo!"
La pequeña Blanca se puso triste.
"¿Y ahora qué vamos a hacer, abuela?"
La abuela le dijo:
"No te preocupes. Busquemos a alguien que nos ayude."
Al poco tiempo, un niño del barrio llamado Leo, que estaba pasando por allí, se ofreció a ayudar.
"Yo puedo trepar el árbol y alcanzar el globo."
Blanca miró con ojos esperanzados.
"¿De verdad? ¡Sos un héroe!"
Leo trepó el árbol y, con cuidado, logró liberar el globo.
"¡Listo! ¡Feliz vuelo, carta!"
La carta finalmente voló libremente hacia el balcón de Montse.
"¡Espero que llegue!" dijo Blanca, saltando de alegría.
Poco después, Montse salió al balcón y vio el globo.
"¡Mira Sapatia, una carta para vos!"
Montse leyó la carta en voz alta, y Sapatia movió su cola, emocionado.
"¡Quiero jugar! ¡Que me dejen ir!"
Montse sonrió y quiso ayudar.
Así fue como Montse abrió la puerta del balcón y Sapatia saltó al jardín de Blanca.
"¡Hola!"
"¡Sapatia! ¡Estás aquí! Vamos a jugar!"
"¡Sí! ¡Al fin juntos!"
Y así fue como Blanca y Sapatia pasaron la tarde jugando bajo el sol en el hermoso jardín de la abuela, llenando el aire de risas y alegría, recordándole a todos que con creatividad y amistad, todo es posible.
FIN.