Blancanieves y el Mago de los Mil Colores
En un hermoso reino, donde los árboles florecían y los animales vivían en armonía, había una joven llamada Blancanieves. Su corazón era tan puro como la nieve, y su risa iluminaba el día más gris. Un día, mientras paseaba por el bosque, se encontró con un misterioso mago llamado Lumino.
"Hola, pequeña. ¿Por qué caminas sola en el bosque?" - preguntó Lumino, con una voz suave.
"Busco flores para mi jardín, señor mago. Me gusta rodearme de belleza." - respondió Blancanieves, llena de alegría.
Lumino, impresionado por la bondad de Blancanieves, decidió ofrecerle un regalo especial.
"Si me acompañas a mi cueva, te daré una semilla mágica que hará florecer el jardín de tus sueños." - dijo el mago.
Blancanieves, emocionada, aceptó la invitación. Al llegar a la cueva de Lumino, un lugar lleno de colores vibrantes y luces danzantes, se dio cuenta de que el mago no solo tenía magia, sino también un gran conocimiento sobre la naturaleza.
"Cada planta tiene una historia, y cada flor una lección," - explicó Lumino mientras le entregaba la semilla.
Blancanieves, con sus ojos brillando de curiosidad, preguntó:
"¿Qué debo hacer para que crezca?"
"Deberás regarla con amor y cuidarla con dedicación. Solo así verás su verdadero esplendor." - respondió el mago, con una sonrisa.
Con la semilla mágica en su bolsillo, Blancanieves regresó a su hogar, repleta de emoción. Comenzó a plantar la semilla en su jardín, regándola cada día y hablándole con dulzura. Sin embargo, pasaron días y no veía ningún resultado.
Un día, frustrada, se sentó junto a la tierra y exclamó:
"¿Y si la semilla no era mágica? Quizás no tengo la paciencia necesaria."
De repente, apareció el mago Lumino, como si hubiera escuchado sus pensamientos.
"Querida Blancanieves, la magia no solo sucede, también requiere tiempo, fe y esfuerzo. ¿Acaso no recuerdas tus sueños?" - le recordó Lumino.
Blancanieves reflexionó sobre sus palabras y decidió probar una vez más. Esta vez, se comprometió a cuidar de la semilla con más paciencia. Con cada riego, se sentía más conectada a la tierra y a la vida que la rodeaba.
Una mañana, al levantarse, se asomó por la ventana y, ¡sorpresa! Un pequeño brote asomaba entre la tierra.
"¡Mira, Lumino! ¡Está creciendo!" - exclamó Blancanieves, feliz y sorprendida.
"Así es, cada paso que diste es un reflejo de tu esfuerzo y dedicación. Las cosas bellas toman tiempo en florecer." - dijo el mago con orgullo.
A medida que pasaban los días, el brote creció hasta convertirse en una hermosa flor de mil colores, cada uno más brillante que el anterior.
Blancanieves decidió compartir su éxito con todos en el reino. Organizó un festival en su jardín y invitó a todos a ver la maravillosa flor.
"¡Miren lo que he creado!" - dijo, emocionada "Esta flor es un símbolo de que la dedicación y la fe siempre dan frutos."
Los habitantes del reino se maravillaron ante la belleza de la flor y aprendieron la importancia de cuidar lo que amamos con paciencia.
Lumino, al ver la felicidad de Blancanieves, sonrió y la felicitó.
"Lo has logrado, querida amiga. Ahora comprendes que la magia está no solo en las varitas, sino en el amor que ponemos en lo que hacemos."
Y así, Blancanieves no solo floreció su jardín, sino también su corazón, y cada vez que miraba su flor, recordaba la lección aprendida: que con amor y paciencia, todo es posible. Desde ese día, Lumino y Blancanieves se hicieron grandes amigos, prometiendo siempre cuidarse mutuamente y aprender el uno del otro. Y el reino, lleno de flores de mil colores, vivió feliz para siempre.
FIN.