Brillo Único


Había una vez en el infinito cielo estrellado, dos astros muy especiales: el Sol y la Luna. Durante el día, todos los humanos admiraban la luz, el calor y la energía que les brindaba el Sol.

Pero cuando llegaba la noche, era la Luna quien iluminaba con su hermoso resplandor plateado. El Sol siempre estaba rodeado de personas felices y alegres.

Los niños jugaban bajo su cálido abrazo, las flores se abrían para recibir su luz y los animales disfrutaban del calorcito que les regalaba. Sin embargo, a pesar de ser tan querido por todos, el Sol nunca se creyó superior ni mejor que nadie.

Por otro lado, la Luna sentía una profunda tristeza al ver cómo todos adoraban al Sol mientras ella pasaba desapercibida durante gran parte del día. Se preguntaba por qué no podía ser amada como él. Su corazón se llenó de celos y envidia hacia su compañero celestial.

Un día, cansada de sentirse ignorada y triste, decidió buscar un consejo sabio. Se dirigió a las nubes grises del cielo y le pidió ayuda a Don Nube Sabia.

"Don Nube Sabia -dijo la Luna con voz temblorosa-, estoy llena de celos porque todos quieren al Sol y me ignoran a mí ¿Qué puedo hacer?"La Nube Sabia escuchó atentamente las palabras de la Luna y comprendió su dolor.

"Querida Luna -respondió con paciencia-, cada uno tiene un propósito único en este mundo. El tuyo es traer paz y tranquilidad durante la noche. No debes compararte con el Sol, sino aprender a valorar tu propia luz y belleza".

La Luna reflexionó sobre las palabras de la Nube Sabia y decidió que era hora de aceptarse a sí misma tal como era. A partir de ese momento, dejó de envidiar al Sol y se concentró en brillar con todo su esplendor durante las noches.

Poco a poco, los humanos comenzaron a notar la magia que la Luna traía consigo. Las parejas enamoradas se paseaban bajo su luz romántica, los poetas encontraban inspiración en sus destellos plateados y los niños soñaban con ser astronautas para llegar hasta ella.

El Sol también observaba cómo la Luna había encontrado su propio brillo y estaba feliz por ella.

Comprendió que cada uno tenía un lugar especial en el corazón de las personas y que no era necesario competir o sentir celos entre ellos. Desde aquel día, el Sol y la Luna trabajaron juntos para iluminar el mundo entero. Durante el día, el Sol brillaba intensamente mientras que por las noches, la Luna desplegaba su misterioso resplandor.

Y así fue como aprendieron una valiosa lección: cada uno tiene algo único para ofrecer al mundo y es importante valorarnos a nosotros mismos sin compararnos con los demás.

El amor y respeto hacia uno mismo son fundamentales para encontrar nuestra verdadera felicidad. Desde entonces, tanto el Sol como la Luna fueron amados por igual por todos los seres del universo.

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