Bruno y el Misterio del Mango Desaparecido
Era un hermoso día de primavera en el barrio de Bruno. Los niños jugaban en la plaza, pero Bruno tenía una misión especial. Su perrita Lola, una adorable mestiza de chihuahua y terrier, lo miraba con curiosidad.
"Hoy vamos a resolver un misterio, Lola", le dijo Bruno mientras se agachaba para acariciarla.
"Guau, guau!", respondió Lola, moviendo su cola con emoción.
En la casa de Bruno había un árbol frondoso que daba los mangos más dulces de todo el vecindario. Pero, esa mañana, al despertarse, Bruno descubrió algo preocupante:
"¡Lola, no hay mangos en el árbol!", exclamó.
"Guau!", ladró Lola para expresar su sorpresa.
Los dos amigos decidieron investigar. Al salir al patio, notaron que la sombra del árbol era más grande de lo habitual, como si algo se hubiera llevado los mangos enormes que brillaban al sol.
"¿Quién podría haber llevado todos los mangos?", preguntó Bruno pensativo.
"Tal vez el loro de Don Vito sabe algo", sugirió Lola, moviendo su cola.
Entonces, se dirigieron a la casa del vecino. Don Vito era un hombre amable que tenía un loro llamado Pipo, famoso por hablar y contar historias.
"¡Hola, Don Vito!", saludó Bruno. "¿Pipo ha visto a alguien robar mangos?"
"Hmm, no estoy seguro", contestó Don Vito rascándose la cabeza. "Pero creo que el último que vi cerca del árbol fue el gato de la señora Rosa..."
"¡Vamos, Lola! A la casa de la señora Rosa", dijo Bruno.
Cuando llegaron, encontraron al gato, Misi, lamiéndose las patas tranquilamente al sol.
"Misi!", llamó Bruno. "¿Has visto algo sospechoso cerca del árbol de mangos?"
Misi, estirándose elegantemente, respondió:
"No, querido Bruno. Yo estaba durmiendo. Pero...?"
"¿Pero qué?", le preguntó Bruno, intrigado.
"Creí haber escuchado un ruido extraño anoche, como si alguien estuviera en la casa del fondo..."
Bruno y Lola se miraron emocionados.
"¡Eso podría ser una pista!", exclamó Bruno.
Decidieron investigar la casa del fondo. Era un antiguo taller donde al padre de Bruno le gustaba arreglar bicicletas. Al asomarse por la ventana, vieron a un grupo de ardillas que parecían muy ocupadas.
"¿Qué estarán haciendo esas ardillas?", se preguntó Bruno.
"Guau, guau!", ladró Lola, indicando que era hora de acercarse.
Al abrir la puerta del taller, se encontraron con un espectáculo magnífico. Las ardillas estaban organizando un festín de mangos, brincando de alegría y haciendo un montón de ruidos.
"¡Eh! ¡¿Son ustedes los que se llevaron mis mangos? !", preguntó Bruno sorprendido.
Las ardillas, algo avergonzadas, respondieron:
"Lo sentimos, Bruno. ¡Estábamos hambrientas! Nunca podemos llegar a los mangos altos y dulces en tu árbol. Pero prometemos que no volverá a pasar."
Bruno, viendo la situación, pensó en una solución.
"¿Y si hacemos un trato? Pueden comer los mangos que caen al suelo, pero no pueden subir al árbol. A cambio, me gustaría compartir algunas historias sobre sus aventuras. ¿Qué les parece?"
Las ardillas se miraron y asintieron con entusiasmo.
"¡Es un trato!", dijeron al unísono.
"¡Guau! ¡Eres muy amable, Bruno!", ladró Lola, de acuerdo con la propuesta.
Desde ese día, Bruno, Lola y las ardillas compartieron muchos momentos juntos. Bruno les contaba sobre sus juegos y las ardillas le hablaban de sus travesuras. El árbol de mangos se convirtió en un lugar de amistad y risas.
Así, no solo resolvieron el misterio del mango desaparecido, sino que también formaron una hermosa conexión. Bruno aprendió que a veces compartir es mejor que tener todo para uno mismo, y Lola siempre estaba feliz de tener nuevos amigos.
Y cada vez que veía a las ardillas disfrutar del mango, se sonreía recordando cómo un pequeño misterio trajo tanta alegría a su vida.
FIN.