Bruno y la magia de las texturas



En un colegio en el corazón de Buenos Aires, vivía un niño llamado Bruno. Bruno tenía una curiosidad insaciable por las cosas que lo rodeaban, pero había algo que le fascinaba por encima de todo: las texturas. Cada vez que veía un tejido suave, una superficie rugosa o una tela brillante, sentía unas ganas enormes de tocarlas y explorarlas. Sin embargo, sus compañeros no compartían esta misma pasión.

Un día, durante el recreo, Bruno vio a su amiga Sofía jugando con un nuevo chaleco de terciopelo.

"¡Sofía! ¿Puedo tocarlo?" - preguntó Bruno emocionado.

Sofía se alejó un paso, sorprendida y un poco asustada.

"No sé, Bruno, eso es raro..." - respondió mientras miraba alrededor, buscando el respaldo de sus amigos.

Bruno sintió un pequeño nudo en el estómago. A veces sus compañeros lo miraban raro cuando quería tocar sus prendas. Pero él no entendía por qué eso era un problema. Solo quería conocer el mundo a través de sus texturas.

Pasaron los días y Bruno se dio cuenta de que su curiosidad no era bien recibida. En el colegio, cada vez que se acercaba a tocar algo, escuchaba susurros y risitas.

"Mirá, ahí viene el chico que toca todo..." - dijo uno de los niños.

Un día, tras ser rechazado nuevamente, Bruno decidió que necesitaba cambiar su enfoque. En lugar de acercarse rápidamente a tocar, pensó en cómo podría compartir su amor por las texturas con sus compañeros sin hacerlos sentir incómodos.

Popurrí de ideas rebosaba su mente. Al día siguiente, llevó una caja llena de diferentes texturas: terciopelo, papel de lija, seda, lana y plástico de burbujas. Durante el recreo, se sentó en el patio y, con una sonrisa, comenzó a hablar con sus amigos.

"¡Hola, chicos! Miren lo que traigo. ¡Texturas mágicas!" - dijo con entusiasmo.

Sus compañeros, intrigados, se acercaron tímidamente. Bruno comenzó a sacar cada objeto de la caja.

"Este es terciopelo, miren lo suave que es. Y este papel de lija, vean, es todo rugoso. ¿Quieren tocarlo?" - invitó con amabilidad.

Pasaron unos minutos en los que Bruno explicaba cada textura, y poco a poco, los niños comenzaron a tocarlo. La risa creció en el aire y los rostros de sus amigos mostraban curiosidad en lugar de miedo.

"¡Es verdad, el terciopelo es muy suave!" - exclamó Lucas, mientras pasaba su mano por el chaleco de Bruno.

"Y el papel de lija es raro, ¡pero divertido!" - agregó Sofía.

Bruno se sintió feliz al ver que sus compañeros estaban disfrutando. Finalmente, entendieron que su fascinación por las texturas no era algo raro, sino una forma de explorar el mundo a su alrededor.

A partir de ese día, el grupo se hizo más cercano. Bruno no solo se convirtió en el experto en texturas, sino que también sus amigos aprendieron a apreciar el mundo de una manera diferente. Un día, incluso decidieron hacer una actividad divertida en clase, donde todos aportaban algo con una textura distinta.

"La próxima vez, ¡podemos hacer una feria de texturas!" - sugirió Bruno con mirada entusiasta.

Los niños se miraron emocionados, y así nació una hermosa amistad basada en la curiosidad y el respeto por las diferencias. Bruno había encontrado su lugar no solo en la clase, sino también en los corazones de sus compañeros.

Y así, Bruno aprendió que compartir su pasión no solo lo hizo feliz, sino que también unió a sus amigos, demostrando que la curiosidad y la amistad pueden abrir las puertas hacia la aceptación y la diversión.

Desde ese momento, nunca volvió a tocar las texturas solo; siempre lo hacía acompañado de sus amigos, quienes descubrieron una nueva manera de jugar, explorar y aprender juntos sobre el maravilloso mundo que los rodeaba.

FIN.

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