Calle de Música, Leyendas y Juglares
En un rincón mágico de Colombia, había una calle que sólo se podía ver bajo la luz de la luna. Esa calle se llamaba Calle Música, y se decía que estaba llena de juglares y leyendas que hacían vibrar el corazón de todo aquel que la pisara. Los niños del pueblo soñaban con recorrerla, pero nadie se atrevía a hacerlo. Hasta que un día, un grupo de amigos decidió que era hora de aventurarse.
El grupo estaba formado por Ana, una niña con voz melodiosa; Julián, un aventurero nato que nunca decía que no; y Sofia, una amante de las historias y los cuentos.
"Hoy nos adentraremos en la Calle Música, ¡prometido!", dijo Julián, con el brillo de la aventura en sus ojos.
"Pero, ¿qué haremos si encontramos a un juglar?", preguntó Sofia, un poco asustada.
"¡Les cantaremos una canción!", respondió Ana, con confianza.
Mientras caía la noche, los tres amigos se dirigieron hacia la Calle Música. Las estrellas brillaban como si quisieran guiarlos. Al llegar, la calle se iluminó con luces suaves y melodías que danzaban en el aire como un viento juguetón.
Poco a poco, comenzaron a escuchar el sonido de una guitarra.
"¿Qué fue eso?", murmuró Sofia.
"¡Es un juglar!", exclamó Julián, emocionado.
Se acercaron al juglar, un hombre de barba larga y sombrero brilloso, que tocaba la guitarra con destreza. La música llenó el aire y, sin pensarlo, Ana se puso a cantar.
"¡Qué voz tan hermosa!", dijo el juglar, deteniendo su guitarra.
"Gracias. ¿Nos contarías alguna leyenda?", preguntó Sofia con curiosidad.
"Claro, pero deben aprender una canción antes de que les cuente”.
Así empezó el reto: el juglar les enseñaría una canción que contaba la historia de un viejo río que había dado vida al pueblo. Cada línea tenía su propia magia, y los amigos se sumergieron en el canto. Sin embargo, a medida que lo aprendían, se dieron cuenta de algo inesperado.
"¿Por qué la canción es tan triste?", preguntó Julián, frunciendo el ceño.
"Porque el río se secó, pero regresó gracias a la esperanza de quienes lo amaban. La música siempre tiene un giro, como la vida misma", explicó el juglar.
Después de cantar, el juglar compartió cómo él también había perdido algo querido, pero que siempre había encontrado consuelo en la música.
"La música nos une y nos da fuerza para enfrentar lo que sea. Esto es lo que quiero que lleven consigo”, les dijo.
Los amigos estaban tan inspirados que decidieron hacer algo por el río seco que había inspirado la canción.
"¿Y si organizamos un festival de música para recordar el río y unir a la gente del pueblo?", sugirió Ana.
"¡Sí! Eso les mostraría que aún hay vida!", agregó Sofia emocionada.
"¡Hagámoslo!", exclamó Julián.
Con la ayuda del juglar, los amigos comenzaron a planear. Fueron de casa en casa, invitando a todos a participar, y cada niño y adulto se unió a ellos, aportando sus talentos.
Cuando llegó el día del festival, la Calle Música se llenó de colores, risas y melodías. La música del juglar resonaba, mientras Ana, Julián y Sofia cantaban junto a otros niños. Todos recordaron la leyenda del río seco, pero también compartieron historias de esperanza y unión.
Y así, aquella noche mágica no solo devolvió la vida al viejo río, sino que creó amistades, sueños y creatividad en el corazón de todos. Nunca olvidaron que la música, más que un simple canto, era un lenguaje universal que unía al pueblo.
Desde aquel día, la Calle Música se convirtió en símbolo de unidad y esperanza en el pueblo, donde cada año se celebraba el festival para recordar la leyenda del río, porque en cada acorde y cada risa, los recuerdos y la alegría siempre florecerían.
"¿Viste? La música tiene un poder increíble!", murmuro Ana mientras todos se abrazaban al final del festival.
"Sí, y todo comenzó con una aventura en la Calle Música", respondió Julián con una sonrisa, soñando con nuevas leyendas por venir.
Y así, los amigos aprendieron que todo es posible cuando se unen el valor y la música. La Calle Música siempre tendrá vida, siempre que haya quien la cante, y siempre que haya un juglar dispuesto a contar una nueva leyenda.
Fin.
FIN.