Camila y las sandalias mágicas


Había una vez en un reino muy lejano, una princesa llamada Camila. Camila no era una princesa común y corriente, ya que a ella le encantaba sentir la frescura del pasto bajo sus pies descalzos.

No le gustaba para nada la sensación de tener los pies atrapados en zapatos apretados. Su madre, la reina Isabella, intentaba ponerle zapatos elegantes a Camila cada mañana, pero la princesa siempre encontraba la manera de zafarse de ellos.

Cada vez que su madre lograba colocarle los zapatitos rojos que combinaban con su vestido, Camila simplemente hacía un gesto mágico con sus manos y ¡pum! Los zapatos salían volando por el aire.

La reina Isabella se preocupaba por la rebeldía de su hija y consultó a todos los sabios del reino en busca de una solución. Finalmente, uno de los consejeros sugirió organizar un concurso real para encontrar al mejor fabricante de calzado del reino.

El objetivo era crear unos zapatos tan especiales y cómodos que incluso la princesa Camila no pudiera resistirse a llevarlos puestos. El concurso se anunció en todo el reino y artesanos talentosos llegaron de todas partes para participar.

Hubo zapatos decorados con diamantes, zapatos hechos con las telas más finas e incluso zapatos que brillaban en la oscuridad. Pero ninguno lograba convencer a Camila.

Un día, cuando ya parecía imposible encontrar unos zapatos adecuados para la princesa rebelde, llegó al castillo un humilde anciano llamado Donato. Él llevaba consigo unas simples sandalias tejidas a mano con fibras naturales y decoradas con flores silvestres.

"¡Oh querida princesa! Estas sandalias son especiales porque te permitirán sentirte libre como el viento mientras caminas", dijo Donato con amabilidad. Camila miró las sandalias y sintió curiosidad por probarlas. Se las puso lentamente y al dar su primer paso sintió cómo el suave material abrazaba delicadamente sus pies sin apretarlos.

"¡Son perfectas!", exclamó Camila emocionada. Desde ese día, Camila nunca más hizo volar sus zapatitos rojos por el aire. Las sandalias tejidas por Donato se convirtieron en su calzado favorito y juntas exploraban cada rincón del reino sin limitaciones ni incomodidades.

La moraleja de esta historia es que no siempre lo más lujoso o elaborado es lo mejor; a veces lo simple y natural es justo lo que necesitamos para ser felices.

Y así, la princesa Camila aprendió a valorar la libertad sobre todas las cosas, especialmente cuando se trataba de dejar libres sus preciosos piecitos.

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