Candy, la perrita mágica



Era un día soleado en el barrio de Glorieta, donde vivía un niño llamado Iván. Sus días transcurrían entre risas, juegos y un poco de soledad. A Iván le encantaba imaginar aventuras, pero a veces deseaba tener un amigo de verdad. Un día, mientras estaba jugando en su habitación, notó algo peculiar en su ombligo. Intrigado, se acercó al espejo y vio que había un pequeño ovillo de pelusilla: ¡era suave y brillante!

Con un toque de ingenio, Iván le dio un pequeño soplo y, para su sorpresa, ¡la pelusilla empezó a brillar y a moverse! En un instante, apareció una pequeña perrita, con grandes ojos brillantes y un pelaje suave. Era Candy, la perrita mágica que había surgido de la pelusilla.

"Hola, Iván. Soy Candy. Estoy aquí para ser tu amiga y compartir aventuras."

Iván no podía creer lo que veía. Estaba tan emocionado que se olvidó de toda su soledad.

"Candy, ¿realmente puedes hablar? Esto es increíble. ¡Vamos a jugar!"

"¡Claro! Pero yo tengo un poder especial. Cada vez que ayudemos a alguien, ¡haré magia!"

Iván estaba ansioso por comenzar. Juntos, decidieron recorrer el barrio y ver a quién podían ayudar. En su camino, encontraron a una niña que lloraba porque había perdido su perro.

"¿Por qué lloras?" preguntó Iván.

"Mi perro, Rufus, se escapó y no sé dónde buscarlo."

"No te preocupes. ¡Candy y yo te ayudaremos!" dijo Iván con determinación.

"¡Sí! Déjame concentrarme un instante", dijo Candy. Esta vez, comenzó a brillar intensamente y unas huellitas mágicas se formaron en el aire.

"Sigamos las huellitas hasta encontrar a Rufus", sugirió Iván. La niña, sorprendida, asintió.

Mientras seguían las huellas, el grupo llegó al parque, y ahí, entre los árboles, vieron a un perrito ladrando a un grupo de patos. Era Rufus.

"¡Rufus!" gritó la niña, y él corrió hacia ella.

Una vez reunidos, Iván sonrió, y Candy brilló incluso más.

"¡Hicimos una buena obra!" dijo Candy.

Con su nueva magia, hizo que una corriente de aire suave cubriera el parque, llenándolo de colores brillantes. Los árboles florecieron al instante y todos los niños comenzaron a jugar.

Iván se dio cuenta de que ayudar a otros podía traer alegría no solo a los demás, sino también a él mismo. Continuaron su búsqueda, y cada que ayudaban, Candy hacía magia. No pasó mucho tiempo antes de que se hicieran conocidos por todo el barrio como los “Cazadores de Sonrisas”.

Un día, mientras ayudaban a reciclar en el barrio, Iván notó que Candy lucía un poco apagada.

"Candy, ¿estás bien?" preguntó preocupado.

"Sí, Iván, pero he estado usando mucha magia. A veces, necesito descansar un poco."

"¿Pero podemos seguir ayudando?" insistió Iván.

"Claro, pero deberíamos buscar maneras de ayudar sin usar magia. Las pequeñas cosas también cuentan."

Iván pensó por un instante.

"¿Qué te parece si organizamos un día de limpieza en el parque? ¡Podemos invitar a todos los chicos del barrio!"

A Candy le brillaron los ojos.

"¡Es una idea genial! Así podemos enseñar sobre cuidar nuestro entorno."

Con gran entusiasmo, Iván y Candy comenzaron a planear el evento. Invitaron a todos sus amigos y contaron con la ayuda de los vecinos. Cuando llegó el día, el parque estaba lleno de niños, bolsas de basura, risas y mucha determinación.

"¡Vamos a ayudar a nuestro planeta!" gritó Iván.

Mientras recogían basura, Candy observó a todos trabajando juntos.

"Ves, Iván. No necesitamos magia para hacer cosas maravillosas. La verdadera magia está en la unión y el trabajo en equipo."

Después de un día de trabajo duro, el parque parecía un lugar nuevo y brillante. Los niños estaban contentos, y todos se sintieron orgullosos de haber colaborado. Mientras se despedían, Candy sonrió de oreja a oreja.

"Hoy fue un gran día, Iván. ¡Estamos dejando huella!"

Desde ese día, Iván entendió que no siempre se necesita magia para hacer cambios. La amistad y el esfuerzo compartido pueden ser igual de poderosos. Y así, él y Candy continuaron su viaje, sabiendo que cada pequeño gesto de bondad es un acto lleno de magia.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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