Caperucita Azul y el Desayuno en Candarave



Era una radiante mañana en la provincia de Candarave. Caperucita Azul, conocida por su capa brillante y su corazón noble, despertó temprano. Hoy era un día especial porque junto a su hermano, Tomás, llevarían el desayuno a su papá que trabajaba en el campo.

"¡Tomás!", gritó Caperucita Azul mientras se ataba las cintas de sus zapatos. "¡Es hora de que vayamos!"

"¡Ya voy, Caperucita!", respondió Tomás, bajando las escaleras de dos en dos.

Ellos prepararon un desayuno delicioso: pan recién horneado, dulce de fruta y un termo de mate. Con las mochilas al hombro, emprendieron el camino hacia el campo. Era un recorrido habitual, pero siempre lleno de aventuras.

"Caperucita, ¿te acordás de la vez que encontramos ese pato perdido?", preguntó Tomás, riéndose.

"¡Claro! ¡Era tan divertido ayudarlo a volver a su familia!", respondió Caperucita con una sonrisa.

Mientras caminaban por el sendero flanqueado de árboles y flores silvestres, comenzaron a escuchar un extraño ruido entre los arbustos.

"¿Qué habrá sido eso?", preguntó Tomás, su voz llena de curiosidad.

"¡Vamos a ver!", exclamó Caperucita, animada por la aventura.

Se acercaron y descubrieron a un pequeño conejito atrapado entre algunas ramas.

"Pobrecito, tenemos que ayudarlo", dijo Caperucita, agachándose para liberarlo.

"Pero si llegamos tarde, papá se enojará", respondió Tomás preocupado.

"Si no lo ayudamos, ¡¿quién lo hará? !", replicó Caperucita, determinada.

Tomás miró al conejito y, al ver su pequeña carita asustada, supo que tenía razón.

"Está bien, ayudémoslo", dijo con un suspiro.

Caperucita cuidadosamente desenganchó al conejito mientras Tomás lo alentaba. Finalmente, el pequeño animalito pudo escapar y, para su sorpresa, se giró, los miró y pareció darles las gracias con un saltito alegre.

"Mirá, se fue feliz", comentó Caperucita, sonriente.

"¡Sí! Ahora podemos seguir nuestro camino", dijo Tomás, impulsado por la emoción de haber hecho el bien.

El sol brillaba intensamente mientras continuaban su recorrido. Sin embargo, al llegar a un cruce de caminos, se encontraron con un enorme charco de barro.

"No podemos pasar por aquí", dijo Tomás, frunciendo el ceño.

"Quizás tengamos que dar la vuelta, pero eso nos retrasará", observó Caperucita.

Entonces, al observar el charco, Caperucita tuvo una idea.

"¿Qué tal si hacemos un puente con esas ramas secas?", sugirió.

"¡Es una gran idea!", respondió Tomás entusiasmado.

Ambos buscaron ramas fuertes y, trabajando en equipo, construyeron un pequeño puente que les permitió cruzar el charco sin ensuciarse. Mientras se reían por sus ingeniosos esfuerzos, llegaron finalmente al campo de su papá, quien los estaba esperando.

"¡Hola, mis pequeños! ¿Qué trajeron?", preguntó su papá con una sonrisa amplia.

"¡Un delicioso desayuno!", exclamaron ambos al unísono, y le mostraron el manjar que habían preparado.

El papá, emocionado por la sorpresa, se sentó junto a ellos y disfrutó de aquel momento que los unió aún más como familia. Caperucita y Tomás le contaron todas las aventuras que habían vivido en el camino - cómo ayudaron al conejito y cómo construyeron el puente de ramas.

"Estoy muy orgulloso de ustedes. Siempre recuerden que ayudar a los demás es una de las mayores alegrías de la vida", les dijo.

Después de disfrutar del desayuno, los tres se pusieron a trabajar en el campo, compartiendo risas y aprendiendo juntos. Caperucita Azul y Tomás aprendieron que la bondad no solo se trata de ayudar, sino también de compartir momentos hermosos con quienes amamos.

Mientras el sol se ocultaba, regresaron por el sendero, esta vez con nuevos recuerdos y lecciones en sus corazones.

"Hoy fue un día especial", dijo Tomás, mirando a su hermana.

"Sí, lo fue. Siempre hay algo mágico en ayudar a los demás y en estar juntos", respondió Caperucita Azul, contenta.

Y así, en la provincia de Candarave, Caperucita Azul y su hermano aprendieron que pequeñas acciones pueden hacer una gran diferencia, y que la aventura más grande está en el amor y la bondad compartidos.

FIN.

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