Caperucita Roja y el Bosque Encantado
Érase una vez, en un tranquilo pueblito, una niña llamada Caperucita Roja. Era conocida por su hermosa capa roja y su gran corazón. Un día, su mamá le pidió que llevara una canasta de deliciosos dulces a su abuelita, que vivía al otro lado del bosque.
-Mamá, ¿por qué no voy con mi perrito? -sugirió Caperucita, mientras acariciaba a su fiel amigo, Lulú
-Buena idea, querida. Pero ten cuidado y no te desvíes del camino, ¿sí? -respondió la madre, preocupada.
Caperucita y Lulú comenzaron su aventura, disfrutando del hermoso día soleado. Mientras caminaban, Caperucita escuchó un zumbido extraño en el aire.
-¿Qué será eso, Lulú? -preguntó Caperucita, intrigada.
De repente, un bicho gigante apareció volando por encima de ellos. Era un abejorro enorme, diferente a cualquier otro que Caperucita había visto antes.
-Hola, pequeña Caperucita. Soy Bruno, el abejorro guardián del bosque. -dijo el abejorro, su voz retumbando suavemente.
-Wow, ¡qué increíble! -exclamó Caperucita, mirando al abejorro con asombro.
-Luego del último incendio, he estado muy ocupado ayudando a las flores y árboles a crecer. ¿Te gustaría ayudarme a encontrar un lugar especial donde plantar un nuevo árbol? -preguntó Bruno, con entusiasmo.
Caperucita miró a Lulú, quien movía la cola con emoción.
-Sí, ¡me encantaría! -respondió Caperucita.
Caperucita y Lulú siguieron a Bruno por un sendero oculto, lleno de colores vibrantes y mariposas danzantes. Al llegar a un claro hermoso, Bruno les mostró una pequeña semilla mágica.
-Aquí está. Al plantarla, ayudarás a que más criaturas del bosque tengan un hogar. -dijo Bruno, moviendo sus alas emocionado.
Caperucita miró la semilla en sus manos.
-¡Es tan pequeña! Pero, ¿cómo puede hacerse tan grande? -preguntó, dubitativa.
-Muchas cosas grandes comienzan siendo pequeñas. Con amor y cuidado, crecen fuertes. -le explicó Bruno.
Caperucita sonrió y junto a Lulú, comenzaron a excavar un pequeño agujero.
-¿Así está bien? -preguntó Caperucita.
-Sí, perfecto. Ahora plántala con palabras de aliento. -dijo Bruno.
Caperucita cerró los ojos y susurró:
-Espero que crezcas fuerte y grande.
Entonces, el abejorro aplaudió con satisfacción.
-¡Excelente! Ahora, reguémosla con amor y protección. -dijo Bruno, un brillo en sus ojos.
Después de plantar la semilla, decidieron continuar su viaje. Pero en el camino, vieron un lobo solitario que los miraba desde detrás de un árbol.
-¿Qué haces aquí, lobo? -preguntó Caperucita, con curiosidad pero manteniendo la distancia.
-Estoy buscando comida. Pero tengo mucha hambre. -contestó el lobo, suspirando profundamente.
Bruno se acercó y dijo:
-No te preocupes, amigo. Hay suficientes frutos en el bosque. Caperucita, ¿qué opinas? Podríamos compartir y ayudar al lobo.
Caperucita pensó por un momento.
-Está bien. Acá tengo un par de dulces de mi canasta. -dijo mientras le ofrecía algunos con una sonrisa.
El lobo, sorprendido pero agradecido, aceptó los dulces.
-Gracias, Caperucita. No esperaba eso de una niña como vos. -dijo el lobo, con una mirada de sorpresa.
El lobo se despidió y siguió su camino, mientras Caperucita y Lulú continuaban hacia la casa de su abuela, felices por el camino que habían tomado.
Cuando llegaron, la abuela estaba esperándolos con los brazos abiertos.
-¿Qué aventuras tuviste hoy, Caperucita? -preguntó la abuela, curiosa.
Caperucita sonrió, llena de alegría.
-Ayudamos a un abejorro y plantamos un árbol mágico. Y hasta compartimos dulces con un lobo.
La abuela se rió y le dio un fuerte abrazo.
-¡Esa es la verdadera esencia del bosque! Amistad, generosidad y cuidado. Eres una niña especial, Caperucita.
Caperucita se sintió llenita de felicidad, comprendiendo que cada criatura tiene su lugar en el mundo y el poder de hacer una diferencia.
Así, Caperucita, Lulú y su nueva amistad con Bruno y el lobo aprendieron sobre la bondad y la importancia de cuidar su entorno.
Desde ese día, Caperucita se convirtió en una defensora del bosque, ayudando a las criaturas y plantas a crecer y prosperar. Y una vez al mes, visitaba a Bruno, el abejorro, para seguir cuidando la semilla mágica que había plantado.
Y así, el bosque encantado floreció, gracias a la bondad de Caperucita Roja.
FIN.