Había una vez una niña llamada Caperucita Roja, que vivía en una pequeña aldea al borde de un denso bosque.
Un día, su mamá le dijo:
- Caperucita, querida, ¿podrías hacerme un favor?
- Claro, mamá.
¿Qué necesitas?
- respondió la niña emocionada.
- Tu abuelita ha estado un poco cansada últimamente.
Me gustaría que le llevaras esta canasta llena de dulces para alegrarle el día.
Pero recuerda, quédate en el sendero y no hables con extraños.
- ¡Sí, mamá!
- exclamó Caperucita, tomando la canasta con los dulces y poniéndose su famosa capa roja.
Caperucita Roja comenzó a caminar por el bosque, disfrutando del canto de los pájaros y del suave murmullo del viento.
Sin embargo, en su camino, se encontró con un lobo que tenía un aspecto muy curioso.
- Hola, Caperucita Roja - dijo el lobo con una sonrisa amigable.
- ¿A dónde vas tan contenta?
Caperucita, recordando las advertencias de su madre, dudó por un momento, pero decidió ser amable.
- Voy a llevarle dulces a mi abuelita que vive al otro lado del bosque.
- ¿Sabías que hay un atajo muy bonito por aquí?
- preguntó el lobo.
- No, no sabía - contestó Caperucita, intrigada.
- Si tomas este camino, podrás llegar más rápido y ver flores hermosas - insistió el lobo.
Aunque le tentaba la idea, Caperucita recordó lo que su madre le había dicho y dijo:
- Gracias por la información, pero prefiero seguir por el sendero.
Siempre es mejor hacer las cosas con cuidado.
El lobo, un poco desilusionado, se despidió.
- Hasta luego, Caperucita.
Te deseo buen viaje.
Caperucita continuó su camino, sintiéndose orgullosa de haber tomado una buena decisión.
Cuando llegó a la casa de su abuelita, tocó la puerta.
- ¡Abuelita, soy yo, Caperucita!
- gritó emocionada.
La abuelita abrió la puerta y la recibió con un abrazo.
- ¡Qué alegría verte, querida!
¿Qué traes en esa canasta?
- Traigo dulces para alegrarte el día.
- respondió Caperucita.
Ambas disfrutaron de los dulces y compartieron historias durante un rato.
Sin embargo, mientras conversaban, Caperucita recordó la advertencia de su madre sobre hablar con extraños.
- Abuelita, hoy encontré a un lobo en el bosque.
Me dijo que podía tomar un atajo, pero yo preferí quedarme en el sendero.
La abuelita la miró con una sonrisa y le dijo:
- Hiciste lo correcto, Caperucita.
A veces, los atajos parecen interesantes, pero la prudencia siempre es la mejor guía.
Siempre puedes escuchar tu intuición.
Después de pasar un buen rato juntas, Caperucita decidió regresar a casa.
El camino de vuelta fue igual de alegre, pero antes de llegar a la aldea, se encontró nuevamente con el lobo.
- ¡Hola, Caperucita!
¿Cómo fue con tu abuelita?
- preguntó el lobo.
- Muy bien, gracias.
Traje dulces y pasamos un lindo rato.
- respondió Caperucita con una sonrisa.
- ¡Qué bien!
- dijo el lobo.
- Siento haber intentado tentarte a tomar el atajo.
A veces, me cuesta entender que no todos los caminos son seguros.
Caperucita, viendo que el lobo parecía sincero, le dijo:
- No importa, pero es importante pensar en nuestra seguridad y hacer lo que creemos que es correcto.
El lobo asintió, y los dos comenzaron a hablar sobre las maravillas del bosque y su amor por la naturaleza.
Desde ese día, Caperucita Roja siempre fue valiente y cautelosa, y el lobo se convirtió en su amigo.
Juntos aprendieron que es fundamental escucharse a uno mismo y seguir las advertencias sabias, al tiempo que se disfruta de la belleza que ofrece el mundo.
Y así, Caperucita Roja y su nuevo amigo vivieron muchas más aventuras, recordando siempre la importancia de la prudencia y la amistad.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.