Caperucita y el bosque de sorpresas


Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de un frondoso bosque, una niña llamada Caperucita.

Era una tarde de otoño y el sol comenzaba a ocultarse entre las copas de los árboles, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y dorados. Caperucita tenía la costumbre de visitar a su abuelita todos los días llevándole comida y compañía. Su abuelita vivía al otro lado del bosque, en una casita pintoresca cerca del río.

La niña siempre disfrutaba de aquel paseo por el bosque, admirando la belleza de la naturaleza a su alrededor. Un día, mientras caminaba por el sendero del bosque, Caperucita se encontró con un lobo que estaba sentado bajo un árbol.

El lobo levantó la cabeza y miró fijamente a Caperucita con sus grandes ojos amarillos. - ¡Hola! ¿Quién eres tú? - preguntó Caperucita con curiosidad.

- Soy el lobo feroz - respondió el lobo con voz grave -, ¿a dónde te diriges? Caperucita recordó lo que le había enseñado su mamá sobre no hablar con extraños, pero decidió ser amable y contestar:- Voy a visitar a mi abuelita que vive al otro lado del bosque. Le llevo comida y quiero hacerle compañía.

El lobo sonrió maliciosamente y pensó en aprovecharse de esa situación para satisfacer su apetito voraz. - ¿Sabes qué? Podríamos jugar un juego antes de que sigas tu camino.

Te daré un desafío y si lo superas, te dejaré ir sin hacerte ningún daño - dijo el lobo. Caperucita, aunque un poco asustada, aceptó el desafío. El lobo le propuso que recogiera una canasta llena de frutas silvestres del otro lado del río.

- Pero ten cuidado con los puentes resbaladizos y las corrientes fuertes - advirtió el lobo. Caperucita se adentró en el bosque en busca de un puente seguro para cruzar el río. Mientras caminaba, encontró un arroyo cristalino con piedras redondas que parecían sonreírle.

La niña decidió saltar de piedra en piedra para cruzarlo sin problemas. Cuando llegó al otro lado del río, Caperucita recolectó las frutas silvestres y comenzó a regresar por el mismo camino.

Sin embargo, se dio cuenta de que había olvidado qué camino tomar para llegar a casa de su abuelita. - ¡Oh no! Me he perdido - exclamó Caperucita preocupada. En ese momento, escuchó una voz amigable proveniente de entre los árboles. Era un conejo llamado Benito.

- Hola Caperucita, veo que estás perdida. ¿Puedo ayudarte? Caperucita suspiró aliviada y explicó su situación al conejo Benito. Este conocía muy bien el bosque y se ofreció a guiarla hasta la casita de su abuelita.

Mientras caminaban juntos, Benito le enseñaba a Caperucita sobre los diferentes tipos de plantas y animales que habitaban el bosque. Le mostró cómo reconocer las sendas seguras y cómo orientarse con la ayuda del sol y las estrellas.

Finalmente, Caperucita llegó a la casita de su abuelita. La abrazó con cariño y le contó todas sus aventuras en el bosque.

La niña aprendió una valiosa lección: nunca debía hablar con extraños sin antes pedir ayuda a un adulto de confianza. Desde ese día, Caperucita siempre llevaba consigo un silbato para pedir auxilio si se encontraba en situaciones peligrosas.

Además, cada vez que visitaba a su abuelita, invitaba al conejo Benito a compartir junto a ellos una merienda llena de risas y cuentos del bosque. Y así, entre juegos, amistad y enseñanzas, Caperucita vivió muchas más aventuras en el bosque, siempre rodeada de seres queridos que velaban por su seguridad y bienestar.

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