Caperucita y el bosque oscuro
En un pueblo alejado, rodeado de un espeso bosque, vivía una niña conocida como Caperucita Roja. Su abuela le había tejido una capa de color rojo brillante, que ella llevaba siempre, lo que le valió ese curioso apodo. Pero este no era un cuento común, ya que aquel bosque escondía oscuros secretos.
Una mañana, su madre le dijo: "Caperucita, tu abuela no se siente bien. Lleva esta cesta con comida y cuida mucho tus pasos, no te salgas del camino!".
Caperucita asintió y, emocionada, se adentró en el bosque. Aunque sabía que no debía desviarse, un susurro entre los árboles la llamaba. "Solo un ratito", pensó, y comenzó a seguir el sonido que se hacía más y más fuerte.
Al rato, Caperucita se dio cuenta de que había perdido la dirección. Los árboles se agrupaban como sombras alargadas, y una espesa niebla comenzó a envolverla. "¿Dónde estoy?" -se preguntó, asustada, pero el eco de su propia voz le devolvió el silencio de la montaña.
En ese instante, un gran lobo apareció. No era como los que había visto en los cuentos; este tenía el pelaje gris apagado y unos ojos que brillaban como dos faroles en la oscuridad.
"¿Adónde vas, pequeña?" -preguntó el lobo, con una voz profunda y resonante.
"Voy a casa de mi abuela, que está enferma. ¿Podrías ayudarme a encontrar el camino?" -dijo Caperucita, intentando sonar valiente.
El lobo sonrió de una manera extraña. "Claro, yo conozco el camino. Pero quizás podrías hacerme un favor primero…" -propuso el lobo, mostrando sus afilados dientes.
Caperucita sintió un escalofrío y, temerosa, retrocedió. Pero el lobo continuó: "No te asustes, pequeña. Solo quiero que me digas un secreto. ¿Qué es lo que más le gusta a tu abuela?".
Caperucita, confusa, decidió engañarlo, entonces contestó: "Le gusta el aroma de las flores. Siempre habla de su jardín".
El lobo parecía satisfecho y dijo: "Perfecto, iré yo a buscarla entonces. Tienes un hermoso camino hasta casa. No te preocupes por nada." Y, con un movimiento ágil, se adentró en la bruma.
Caperucita se quedó paralizada, dudando sobre qué hacer. Sin embargo, decidió tomar el camino correcto, y tras un rato, llegó a la casa de su abuela. Pero se dio cuenta de que la puerta estaba entreabierta, lo cual le causó temor.
"Abuela, soy yo, Caperucita" -llamó, pero el silencio en la casa era abrumador.
Empujó la puerta y entró. La luz escasa apenas iluminaba la habitación. Entonces, un susurro detrás de ella hizo que se diera vuelta bruscamente. Era el lobo, pero ahora se veía aún más siniestro, con los ojos llenos de un brillo extraño.
"La abuela se fue de paseo, pequeña. ¿Quieres quedarte conmigo?" -dijo el lobo, girando su cabeza de manera inquietante.
Caperucita levantó la mirada y, con una voz firme, respondió: "No, no quiero. Sé que tienes un plan malvado".
El lobo, sorprendido por la valentía de la niña, soltó una risa baja. Pero Caperucita no se dejó intimidar. "Si no me sueltas, gritaré para que el bosque sepa que eres un lobo malo!".
Caperucita se acercó hacia la mesa, donde había una cesta de flores marchitas y una lámpara apagada. La niña comprimió su valentía y alzó la lámpara, apuntándola al lobo. "No tengo miedo de ti" -declaró, iluminando el oscuro rostro del lobo.
Algo en el brillo de la luz hizo que el lobo retrocediera. Entonces, un estruendo y un viento fuerte empezaron a hacer temblar las ventanas. Caperucita aprovechó la confusión y, con un salto ágil, corrió hacia la puerta.
"¿Qué haces?" -gritó el lobo, pero la niña ya estaba corriendo hacia el camino de vuelta, segura, decidida, y, sobre todo, valiente.
Finalmente, Caperucita llegó a la casa de su madre, quien la abrazó fuertemente. "Te advertí que no te alejaras, pequeña. ¿Estás bien?" -preguntó su madre, preocupada.
"Sí, pero el lobo me quería engañar, pero yo no caí" -respondió Caperucita, segura de lo que había vivido.
Esa noche, Caperucita entendió que, aunque el bosque podía ser un lugar temido, su valentía podía iluminarlo. Desde entonces, siempre llevó una luz con ella, y nunca más se perdió, nunca más dejó que el miedo dictara su camino.
FIN.