Caperucita y el huerto mágico



Había una vez, en un bosque lleno de árboles altísimos y flores de colores brillantes, una niña llamada Caperucita. Pero, en esta historia, Caperucita no solo era una niña aventurera, sino que también era una gran amiga de su mamá, que era una maravillosa jardinera. Juntas trabajaban un hermoso huerto en la casa de su abuela, llena de verduras frescas y fritas que hacían maravillas en su cocina.

Un día, cuando Caperucita y su mamá estaban recogiendo verduras para hacer una cena especial, el lobo, que vivía cerca, se acercó.

"Hola, Caperucita.¿Cómo va la cosecha?" - preguntó el lobo con voz suave pero traviesa.

"Muy bien, Lobo. Esta tarde haremos una riquísima sopa de verduras. ¿Te gustaría unirte a nosotros?" - contestó Caperucita, con una sonrisa.

El lobo pensó que era una gran idea hasta que se le ocurrió... ¡robarse las verduras y fritas del huerto!

Así que, sin que Caperucita y su mamá lo notaran, el lobo se escabulló y comenzó a comerse las fresas, los tomates y todas las verduras que habían cosechado con tanto esfuerzo.

Cuando Caperucita llegó con la canasta llena, no podía creer lo que estaba viendo.

"¡Mamá! ¿Dónde están nuestras fresas y verduras?" - gritó, desconcertada.

La mamá de Caperucita miró alrededor y también se dio cuenta de que su huerto estaba despojado.

"Parece que alguien se las ha comido. ¡Eso no es justo!" - exclamó, preocupada.

Caperucita pensó por un momento y luego tuvo una idea.

"No podemos quedarnos así, mamá. Además, si el lobo necesitaba comida, tal vez podríamos ayudarlo a entender que robar no es la solución. ¡Vamos a buscarlo!" - propuso Caperucita.

De inmediato, hicieron un plan. Llevando algunas verduras y fresas, se adentraron en el bosque.

Caminaron un buen rato hasta que encontraron al lobo, que estaba sentado solo, con la pancita llena, pero luciendo triste.

"Hola, Lobo. Te trajimos unas verduras frescas, pero queremos hablar contigo" - dijo la mamá de Caperucita, acercándose con amabilidad.

"Hola Caperucita, hola Señora. Lo siento, no quería hacerles daño..." - dijo el lobo, con un tono de arrepentimiento. "Tenía tanta hambre…"

Caperucita, con su gran corazón, le ofreció los alimentos.

"No hay problema, Lobo. Sabemos que hay muchas maneras de alimentarse sin robar. ¿Te gustaría ayudarnos a cuidar el huerto la próxima vez?" - sugirió ella.

El lobo la miró sorprendido.

"¿En serio? ¿Puedo ayudar?" - preguntó con expectativa.

"Claro. Todos podemos trabajar juntos. Aprenderás a plantar, cosechar y disfrutar de la comida fresca, y nunca más tendrás que robar" - le aseguró la mamá de Caperucita.

El lobo, emocionado, aceptó la propuesta. Empezó a visitar a Caperucita y su mamá todos los días y, con su ayuda, trabajaron juntos en el huerto. Pronto, el lobo aprendió a sembrar, regar y cuidar las plantas.

"¡Miren, ahí vienen nuestras verduras!" - exclamó Caperucita un día, y el huerto floreció gracias al esfuerzo de todos.

Ahora, el lobo no solo encontró un lugar donde hacerse amigo de Caperucita y su mamá, sino que también aprendió que el esfuerzo y la amistad siempre son más valiosos que robar. Juntos preparaban las cenas más ricas, compartiendo sabores y risas.

Y así, Caperucita, mamá, la abuela y el lobo vivieron felices, cosechando su huerto mágico y recordando siempre que la amistad y el trabajo en equipo son la mejor receta de todas.

FIN.

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