Caperucita y el Kiosco Misterioso



Caperucita Roja y su abuela decidieron salir una soleada mañana de sábado para comprar algunas cartas de colores en el kiosco de la esquina. La abuela siempre había dicho que dibujar y escribir cartas era una excelente manera de comunicarse con los amigos, y aquella mañana tenían muchas ganas de sorprender a sus seres queridos.

Cuando llegaron al kiosco, se encontraron con un lobo que llevaba un delantal y una gorra de kiosquero.

"¡Hola, queridas! ¿Qué desean hoy?" - preguntó el lobo, con una voz suave y amistosa.

Caperucita miró a su abuela, que parecía un poco confundida.

"Queremos comprar unas cartas hermosas," - respondió Caperucita, sin apartar la mirada de aquel curioso personaje.

El lobo sonrió de forma extraña y les mostró una colección de cartas. Pero a medida que Caperucita empezaba a elegir, notó que el lobo tenía un brillo raro en sus ojos.

"Me parece que no debemos quedarnos mucho tiempo aquí, abuela," - susurró Caperucita, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.

La abuela, que a veces comprendía las preocupaciones de su nieta, decidió que era hora de irse. Entonces, de repente, el lobo se acercó un poco más, bloqueando la salida.

"¿A dónde creen que van tan rápido?" - dijo el lobo, sonriendo de manera inquietante.

"¡Ayuda!" - gritaron juntas. Ambas sabían que aquel lobo no parecía tan amigable como aparentaba.

Por suerte, el cazador estaba cerca. Al escuchar los gritos, corrió hacia el kiosco con su red de cazar.

"¡No se preocupen! Ya voy a ayudar!" - exclamó el cazador, decidido a atrapar al lobo.

El lobo, al ver al cazador, intentó correr, pero Caperucita y su abuela, con valentía, se pusieron justo en la entrada, listos para ayudar al cazador.

"¡Aquí, lobo! ¡Prueba escapar de nosotras!" - dijo Caperucita, mientras su abuela se reía y lo señalaba.

Con un ágil movimiento, el cazador lanzó la red y atrapó al lobo.

"¡Al fin te tengo!" - dijo el cazador con una sonrisa.

El lobo, ahora atrapado y sin poder moverse, se dio cuenta de que había subestimado a las dos valientes a quienes había intentado asustar. Baajó la cabeza y dijo:

"Está bien, está bien. Me he pasado de la raya. Solo quería vender mis cartas..."

Sin embargo, Caperucita y su abuela no estaban dispuestas a dejar que el lobo se saliera con la suya.

"Pero eso no justifica asustarnos y bloquear nuestra salida," - dijo la abuela.

"¡Sí! No podemos dejar que nadie nos asuste por hacer lo que ama!" - agregó Caperucita.

El cazador miró al lobo y, en lugar de llevarlo, decidió darle una oportunidad.

"Bueno, creo que lo mejor es que aprendas una lección. Vas a devolverles las cartas y pedir disculpas, ¿entendido?" - dijo el cazador con autoridad.

El lobo asintió, viendo que tenía una oportunidad de redimirse.

"Disculpen, nunca debí asustarlas. Solo quería vender las cartas, y a veces me comporto profundamente mal. Aquí están, elijo las mejores para ustedes" - dijo el lobo, comenzando a buscar las cartas adecuadas.

Caperucita y su abuela, un poco escépticas, miraron al lobo mientras elegía las cartas más coloridas y hermosas.

"Lamento mucho lo que hice. Las cartas son muy importantes, y ustedes merecen disfrutar de la creatividad y el arte en su máxima expresión"

Después de un rato, el lobo les mostró una hermosa colección de cartas.

"Esto es más que papeles. Cada carta puede llevar un mensaje de alegría. Agradezco que me hayan enseñado esto" - dijo el lobo, ya sin la maldad que un momento antes era parte de su actitud.

Caperucita sonrió y aceptó las cartas de forma alegre.

"Te aceptamos, pero solo si prometes que no vas a asustar a más personas" - dijo.

"Prometo cambiar, a partir de hoy seré un kiosquero amable y generoso" - contestó el lobo, ahora con una expresión de sinceridad.

Desde ese día, el lobo se convirtió en el kiosquero más querido de la zona, enseñando a todos cómo hacer cartas y jugar con la creatividad. Caperucita y su abuela también se convirtieron en sus mejores amigas, siempre recordando que a veces la apariencia engaña y la amistad se puede encontrar incluso donde menos te lo esperas. Y así, un día que comenzó con miedo se transformó en una lección de redención, amistad y creatividad, un mensaje que por siempre quedarían en sus corazones.

FIN.

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