Caperucita y su amigo el lobo



Había una vez, en un pueblo rodeado de un bosque encantado, una niña llamada Caperucita. Como siempre llevaba su famosa capa roja, todos la conocían y la querían. Pero había algo muy especial en Caperucita: tenía un lobo como mascota. No era un lobo cualquiera; era enorme, de pelaje gris y suave, y se llamaba Bruno. Caperucita adoraba a Bruno, y juntos pasaban horas jugando en el bosque.

Sin embargo, su abuela y su mamá no estaban del todo contentas con la amistad de Caperucita y su gran mascota. Ambas tenían miedo de que Bruno, a pesar de ser cariñoso y juguetón, pudiera causar algún problema.

"Caperucita, ¿no crees que ese lobo es muy grande para jugar contigo?" - le decía su mamá cada vez que veía a Bruno correr y saltar.

"Pero mamá, ¡es solo un gran perro! A él le encanta jugar y nunca me haría daño" - respondía Caperucita, tratando de calmar a su madre.

La abuela, que vivía en una casa al final del camino del bosque, siempre se asomaba por la ventana cuando veía a Caperucita y Bruno. Cada vez que el lobo se acercaba, ella cerraba las cortinas asustada.

"Caperucita, por favor, ¿no puedes dejar a ese lobo en casa?" - decía la abuela temblando de miedo.

"Pero abuela, Bruno es mi amigo. Solo quiere jugar y cuidarme" - le contestaba Caperucita con una sonrisa.

Un día, mientras Caperucita y Bruno paseaban por el bosque, escucharon un rumor. Era el cazador del pueblo, un hombre que quería atrapar a Bruno porque creía que todos los lobos eran peligrosos. Caperucita, que siempre había sido valiente, decidió que debía hablar con el cazador.

"¡Esperá!" - gritó Caperucita cuando vio al cazador acercarse.

"¿Qué haces aquí, niña? ¡Ese lobo es un peligro!" - respondió el cazador, con la mira fija en Bruno.

"No, no es un peligro. Bruno es mi amigo, y solo quiere jugar. No le haría daño a nadie" - defendió Caperucita con determinación.

El cazador se detuvo, confundido por la actitud valiente de la pequeña. Caperucita decidió que tenía que demostrar que Bruno era un buen lobo. Le pidió a Bruno que hiciera trucos y mostrara su lado más amable.

"¡Bruno, sentate!" - dijo Caperucita.

Bruno se sentó y movió la cola con alegría. Luego, Caperucita le pidió que hiciera un salto.

"¡Salta, Bruno!" - gritó con emoción. Bruno saltó por los aires, haciendo que el cazador se sorprendiera.

El cazador comenzó a dudar. Tal vez Bruno no era un feroz lobo que todos pensaban que era.

"¿Y si lo llevas a casa, y así lo conozco mejor?" - propuso el cazador.

"¡Sí!" - respondió Caperucita entusiasmada.

Caperucita llevó a Bruno a la casa de la abuela, quien al principio se espantó al verlo, pero al ver lo dulce que era, empezó a pensarlo de otra manera.

"Abuela, te presento a Bruno. ¡No es lo que parece!" - dijo Caperucita.

"Dame una oportunidad, por favor" - rogó la abuela al ver la ilusión en los ojos de su nieta.

En ese momento, ocurrió una transformación. El cazador, la abuela y la madre de Caperucita se dieron cuenta de que Bruno, el lobo, era más un compañero fiel que un peligroso depredador.

"Quizás los lobos no son tan malos como pensamos" - reflexionó la mamá, con un suspiro lleno de alivio.

"Caperucita, creo que hemos estado un poco equivocados con Bruno" - agregó la abuela, acariciando el pelaje de Bruno.

Desde entonces, el cazador, la abuela y la mamá de Caperucita aprendieron a no juzgar a los demás por las apariencias. Caperucita continuó jugando con Bruno, y todos en el pueblo se convirtieron en amigos del lobo.

Comprendieron que la verdadera amistad no conoce límites y que a veces, lo que parece aterrador puede ser solo amor en forma de pelaje gris. Y así, Caperucita, su mamá, su abuela, el cazador y Bruno vivieron felices, disfrutando de sus días unidos y aprendiendo a valorarse mutuamente sin prejuicios.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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