Capibaras y Gatos
Había una vez en el bosque de la Selva Alegre, un grupo de capibaras que vivían felices cerca de un río. Eran animales grandes, de piel marrón y ojos suaves. Entre ellos estaba Carlitos, un capibara curioso y juguetón.
Un día, mientras Carlitos exploraba, escuchó un ruido extraño. Se acercó con cautela y descubrió un grupo de gatos, que jugaban entre sí en un claro. Eran gatos de todos los colores: negros, blancos, atigrados, y uno muy curioso que era de rayas amarillas y naranjas.
"¿Qué están haciendo?" - preguntó Carlitos con voz suave.
"¡Oh, hola! Estamos jugando a saltar alto y correr rápido. ¿Quieres unirte?" - respondió un gato negro, que se llamaba Misi.
Carlitos, emocionado, dijo:
"¡Claro que sí!"
Y así, Carlitos entró al juego, pero como era un poco más grande que los gatos, comenzó a asustarlos sin querer al correr en círculo.
"¡Cuidado!" - gritó Misi.
"¡Tú no eres un gato! ¡Eres enorme!" - añadió la gata blanca llamada Lili.
Los gatos comenzaron a quejarse y a murmurar entre ellos. Carlitos, triste por no poder jugar, se alejó un poco del grupo.
"¿Por qué no pueden jugar también conmigo?" - se preguntó.
Mientras pensaba en esto, un viento travieso sopló entre los árboles, trayendo consigo una caja llena de objetos brillantes. Los gatos, al verla, comenzaron a correr hacia ella.
"¡Miren!" - dijo Lili.
"¡Bailamos en la caja! ¡Es un tesoro!"
Sin embargo, la caja era demasiado alta para ellos. Los gatos intentaron saltar y no lograban alcanzarla, y cada vez estaban más frustrados.
Carlitos, que había estado mirando desde un costado, decidió ayudar:
"¡Espera, amigos! ¡Yo puedo empujar la caja!"
Los gatos, un poco recelosos, se miraron entre sí.
"¿De verdad lo harías?" - preguntó Misi.
"Sí, ¡por supuesto!" - respondió Carlitos entusiasmado.
Los gatos, sorprendidos, hicieron el espacio necesario, y Carlitos se puso detrás de la caja.
"¡Listos! ¡Uno, dos, tres!" - dijo.
Con un gran empujón, Carlitos logró mover la caja, que no solo se movió, sino que además se volcó, haciendo que los objetos brillantes cayeran al suelo.
"¡Hurra!" - gritaron los gatos emocionados.
Sin embargo, al saltar y correr entre los objetos, comenzaron a pelearse por ellos, cada uno queriendo el más bonito.
"¡El mío es el más brillante!" - dijo la gata de rayas, que se llamaba Sol.
"¡No, el mío es mejor!" - se quejó Misi.
Carlitos, ansioso por ayudar otra vez, pidió:
"¿Por qué no hacemos una competencia de creatividad para ver quién puede hacer la mejor figura de esos objetos?"
"Pero eso no es tan divertido..." - protestó Lili.
"Es que si jugamos juntos, podemos hacer cosas increíbles juntos," - insistió Carlitos.
Los gatos pensaron un momento y, tras un par de discusiones, empezaron a aceptar la idea. Se dividieron en equipos: unos gatos contra Carlitos. Con gran emoción, comenzaron a crear.
Carlitos hizo una figura que parecía un río con los colores de los objetos.
"¡Miren! Es como nuestro hogar, pero de brillo y magia!"
Los gatos también sorprendieron a todos creando una estatua en forma de gato gigante que brillaba con todos los colores posibles.
"¡El mejor!" - gritó Sol con entusiasmo.
"¡Fue un gran esfuerzo de todos!" - subrayó Misi, mirando a su alrededor y sonriendo.
Al final, los gatos se dieron cuenta de que habían aprendido mucho al jugar con Carlitos.
"Gracias, amigo capibara. Sin tu ayuda, no nos habríamos divertido tanto y no habríamos creado algo tan espectacular" - dijo Lili.
Carlitos, ahora feliz, sonrió y contestó:
"Y gracias a ustedes por dejarme jugar. Ayudémonos siempre entre amigos, eso es lo que importa".
Desde aquel día, capibaras y gatos se convirtieron en los mejores amigos del bosque, aprendieron a jugar juntos y a respetarse mutuamente, comprendiendo que, aunque eran distintos, cada uno tenía un talento único que aportar.
Y así, el bosque de la Selva Alegre se llenó de risas y aventuras, donde capibaras y gatos aprendieron que lo importante era la amistad y el respeto por las diferencias. /
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.