Carla y el Oso Amistoso



Había una vez una niña llamada Carla que iba caminando por el bosque con una cesta llena de frutas. Era un día soleado y todas las criaturas del bosque parecían bailar al ritmo del viento. Carla había decidido llevar unas frescas manzanas y jugosas peras a su abuela, que vivía al otro lado del bosque.

Mientras caminaba, Carla iba cantando una canción alegre. De repente, un fuerte ruido proveniente de detrás de unos arbustos la hizo detenerse. Un enorme oso apareció frente a ella, con cara de hambre y ojos violetas, lo cual la sorprendió. Sin embargo, en lugar de echar a correr o gritar, Carla decidió ser valiente.

"¡Hola, oso!" - dijo Carla, intentando que su voz sonara tranquila. "¿Te gustaría una fruta?"

El oso, al escuchar la voz suave de Carla, se detuvo. "¿Fruta?" - preguntó con curiosidad. "Nunca he probado una. Todo lo que como son bayas y miel."

Carla miró su cesta de frutas y sonrió. "¡Entonces vamos a probar!" - dijo, sacando una brillante manzana roja. "Esta es muy sabrosa. Te encantaría."

El oso se acercó lentamente, olfateando la dulce fruta. "Está bien, pero no quiero que me asustes."

"No te preocupes, no quiero asustarte. Solo quiero compartir mi comida contigo."

Carla le ofreció la manzana, y el oso, aunque un poco temeroso, la aceptó. Al dar el primer mordisco, sus ojos se iluminaron. "¡Es deliciosa! ¿Dónde las conseguiste?"

"En el huerto de mi abuela, donde crecen las mejores frutas. Vamos, te mostraré."

Juntos comenzaron a caminar hacia la casa de la abuela. Por el camino, Carla le contó al oso acerca de las aventuras que había tenido recogiendo frutas y explorando el bosque.

"Nunca había caminado con una niña antes. Eres muy divertida, Carla."

Cuando llegaron a la casa de la abuela, la mujer estaba sentada fuera, tejiendo. Al ver a Carla con el oso, se quedó perpleja.

"¡Carla! ¿Qué está pasando?" - exclamó la abuela. "¡Ese oso parece enorme!"

"¡No, abuela!" - respondió Carla rápidamente. "Este es un amigo. Se llama Bruno y solo quería probar las frutas. Mire lo feliz que está."

La abuela, aunque un poco escéptica, vio el brillo en los ojos del oso y decidió ser amigable. "Bueno, si tienes buenas intenciones, Bruno, te doy la bienvenida. Pero debes prometerme que no comerás más de lo que puedes llevar."

El oso, entendiendo que estaba en una casa, asintió. "Lo prometo. Solo quiero aprender a comer frutas, a ser un buen amigo."

Así pasaron la tarde, compartiendo más frutas y cuentos. Con el tiempo, la abuela y Carla se dieron cuenta de que Bruno no era un oso feroz, sino un animal curioso que solo deseaba amistad y comprensión.

Al caer la tarde, llegó la hora de que Bruno volviera a su casa del bosque. Pero no se fue con las manos vacías. La abuela le dio un racimo de uvas y una bolsa de nueces.

"¡Gracias, tanto por la comida como por la compañía!" - dijo Bruno, muy contento. Luego, al irse, prometió regresar para visitar a sus nuevos amigos.

Desde ese día, Carla, su abuela y Bruno vivieron muchas más aventuras juntos, aprendiendo uno del otro y celebrando la diversidad de sus amistades.

Y así, la niña, el oso y la abuela descubrieron que a veces, las sorpresas más grandes pueden venir de los lugares menos esperados.

Carla nunca volvió a ver al bosque de la misma manera; ahora, sabía que con un poco de valentía y bondad, se podían forjar amistades incluso entre las criaturas más diferentes.

FIN.

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