Carlitos y la Aventura en la Piscina
Carlitos era un nene que le tenía miedo a la piscina. Cada vez que su mamá lo llevaba a la clase de natación, él no podía evitar llorar.
—¡No, mamá! ¡No quiero ir! —decía mientras abrazaba fuerte su bolso, como si fuese un escudo protector.
La mamá de Carlitos suspiraba y le decía:
—Tranquilo, mi amor. Esto es solo para aprender y divertirte.
Pero Carlitos se sentía más seguro afuera, en el parque, o en su casa con sus juguetes. La piscina parecía un monstruo gigante que lo quería atrapar.
Un día, su profesora, la señorita Lesbia Navarro, notó que Carlitos siempre se sentaba en un rincón, con los ojos llenos de lágrimas.
—Carlitos, ¿por qué te asusta tanto el agua? —preguntó Lesbia, mientras se acercaba a él con una sonrisa amable.
—Porque... porque creo que me voy a hundir. —respondió Carlitos, mientras jugaba nerviosamente con sus dedos.
Lesbia se agachó a su altura y le dijo:
—Mirá, Carlitos, quiero que sepas que no necesitas meterte a la piscina si no quieres. Hoy vamos a hacer una actividad diferente.
Carlitos se sorprendió.
—¿De verdad? ¿Qué actividad?
—Vamos a hacer juegos en el costado de la piscina. Así vas a sentirte más cómodo y familiarizado con el agua.
Carlitos no podía creer lo que escuchaba.
—¿Juegos? ¿De verdad?
—Claro que sí. Vamos a usar pelotas, a hacer saltos y hasta a volar unos globos. Te prometo que te vas a divertir mucho.
Con un poco de temor pero también con curiosidad, Carlitos decidió intentarlo. Lesbia le mostró cómo flotar una pelota en el borde de la piscina.
—Mirá, mirá cómo flota. ¡No se hunde! —dijo Lesbia, demostrando el juego.
Los demás chicos que estaban ahí comenzaron a reír y aplaudir, y eso le dio valor a Carlitos.
—¡Yo quiero intentarlo! —exclamó mientras se acercaba al borde.
Carlitos se arrodilló y, con mucho cuidado, tocó el agua con sus dedos. Era fría, pero no tanto como había imaginado.
—¡Eureka! ¡Mirá cómo flota! —gritó uno de sus amigos, emocionado.
Ver a sus amigos divertirse hizo que Carlitos sintiera un fuego de valentía en su corazón.
—Lesbia, ¿podemos hacer más juegos?
—Por supuesto, Carlitos. Hay un mundo de diversión esperando. ¿Qué te parece si ahora intentamos hacer burbujas?
Con cada juego, Carlitos iba sintiendo menos miedo. Al final de la clase, habían jugado con pelotas, hicieron burbujas y hasta participaron en una carrera de globos voladores.
—Carlitos, lo hiciste increíble —le dijo Lesbia mientras lo aplaudía—. Estoy muy orgullosa de ti.
Carlitos sonrió de oreja a oreja.
—Gracias, Lesbia. No pensé que iba a divertirme tanto.
En los días siguientes, Carlitos seguía regresando a la piscina, y aunque no se metía todavía, disfrutaba de jugar al borde, siempre acompañado por su profesora y sus amigos.
Un día, Lesbia le dijo:
—¿Y si te animás a meter solo tus pies en el agua?
Carlitos miró a sus amigos, quienes lo alentaban a seguir.
—Está bien. Solo un pie —murmuró, un poco nervioso.
Esa tarde, Carlitos se paró al borde de la piscina, respiró hondo y, con un gran salto, metió un pie en el agua.
—¡Lo logré! ¡Lo logré! —gritó emocionado.
Todos lo aplaudieron y eso le dio aún más confianza. Poco a poco, fue metiendo el otro pie, sus piernas, y se fue sumergiendo hasta que, al final, ya estaba chapoteando y riendo con sus amigos.
—¡Esto es mucho más divertido de lo que pensé!
—dijo entre risas.
—Sí, Carlitos. ¡Bienvenido a la piscina! —respondió Lesbia, siempre orgullosa.
Desde ese día, la piscina dejó de ser un lugar temido para Carlitos y se convirtió en su nuevo lugar de aventuras.
Y así, gracias a la valentía, la comprensión y la dedicación de su profesora, Carlitos aprendió que con un poco de apoyo y amistad, se podía enfrentar cualquier miedo.
FIN.