Carlos el Dinosaurio y el Amigo que Quería Encontrar
En un frondoso bosque prehistórico vivía un dinosaurio llamado Carlos. Era un gran braquiosaurio, con un cuello largo y amable que se estiraba hacia las copas de los árboles. Pero había algo que lo hacía sentir triste: Carlos no tenía ningún amigo.
Un día, mientras caminaba por el bosque, se encontró con un búho sabio llamado Ozzie, que se posaba en una rama. Carlos, con su voz dulce, le hizo una pregunta que lo preocupaba.
"Ozzie, ¿podés ayudarme? Quiero tener un amigo, pero no sé por qué nadie quiere jugar conmigo."
El búho miró a Carlos con sus grandes ojos amarillos y le respondió.
"Carlos, a veces los demás no ven lo que hay en tu interior. Tal vez podrías ser un poco más social. ¿Por qué no intentás acercarte a esos dinosaurios en la pradera?"
Carlos sintió que eso tenía sentido. Así que, decidido, se dirigió a la pradera donde vivían otros dinosaurios. Como no sabía cómo comenzar una conversación, se puso un poco nervioso. Sin embargo, su deseo de tener un amigo lo impulsó.
Cuando llegó, vio a un grupo de pequeños velocirraptores jugando a la pelota. Carlos se acercó, sonriendo,
"Hola, ¿puedo jugar con ustedes?"
Los velocirraptores, a pesar de ser más pequeños que él, tenían personalidades muy animadas.
"¡Claro, pero debes saber jugar!" - dijo uno de ellos, con una sonrisa pícara.
Carlos trató de participar, pero su gran tamaño le jugó una mala pasada. Cada vez que intentaba patear la pelota, la hacía volar demasiado lejos, lo que provocaba risas y burlas.
"Ayy, no podés, flaco. Eres muy torpe para jugar con nosotros" - dijo otro velocirraptor, mientras se reía.
Carlos se sintió un poco apenado y se alejó. Pero antes de que pudiera irse, Ozzie, el búho, lo llamó desde una rama cercana,
"Carlos, no te desanimes. A veces solo necesitas encontrar el juego adecuado. ¿Por qué no intentás crear un nuevo juego que todos puedan disfrutar?"
Carlos pensó que esa podría ser una buena idea, así que se dio vuelta y volvió a los velocirraptores.
"Tengo una idea. ¿Qué tal si jugamos a los escondidos? Yo contaré y ustedes se esconden."
Los velocirraptores, intrigados por la novedosa propuesta, aceptaron. Carlos comenzó a contar del uno al veinte, mientras los velocirraptores corrían a esconderse. Cuando terminó de contar, se dispuso a buscarlos.
"¡Buscad, buscad!" - comenzó a gritar, y uno a uno, los velocirraptores iban saliendo de sus escondites, riendo y disfrutando del juego.
Con el pasar del tiempo, se fueron uniendo más curiosos, y Carlos, feliz por ser parte de algo, se olvidó de su tristeza. Al final del día, el grupo se sentó para descansar.
"¡Carlos, sos el mejor!" - exclamó un velocirraptor.
"¡Nunca imaginé que podríamos divertirnos tanto!" - añadió otro, lleno de alegría.
Carlos sonrió. Había encontrado un juego en el que todos podían ser parte, y lo más importante, había encontrado amigos. Ahora, no solo jugaba; también aprendió que ser un amigo significa ser inclusivo y buscar maneras de que todos se diviertan.
Antes de irse a dormir, Ozzie se acercó a Carlos y le dijo,
"¿Ves, amigo? Solo necesitabas ser un poco más creativo. No todos los amigos se hacen de inmediato. A veces hay que intentarlo un par de veces y buscar el lugar correcto para encajar."
"Gracias, Ozzie. Hoy fue un gran día, ¡y todo gracias a vos!" - respondió Carlos, lleno de gratitud.
Y así, Carlos el dinosaurio aprendió que la amistad se construye con esfuerzo y que a veces, solo hace falta un poco de creatividad para encontrar su lugar en el mundo. Desde entonces, ya no caminó solo por el bosque; siempre llevaba consigo a sus nuevos amigos en aventuras llenas de alegría y risas.
FIN.