Carlos y el astuto lobo
Había una vez un conejito llamado Carlos, que vivía feliz en un hermoso campo lleno de flores, árboles y mariposas. A Carlos le encantaba jugar, saltar y correr entre la hierba. Un día, mientras exploraba su lugar favorito, escuchó un ruido extraño detrás de un arbusto.
Curioso como era, se acercó y allí se encontró con un astuto lobo llamado Leo, que lo miraba con una sonrisa amplia y astuta. Carlos se quedó paralizado por un momento y pensó: ‘Este lobo quiere comerme’. Pero no quería dejar que el miedo lo detuviera, así que decidió ser valiente.
"Hola, pequeño conejito. Me llamo Leo, y tengo hambre. ¿Sabés qué me gustaría comer?" - dijo el lobo, sacando su lengua y lamiéndose los labios.
Carlos, temblando de nervios, respondió:
"¡Hola, Leo! No, no quiero que me comas. Pero, ¿por qué no mejor jugamos juntos?"
El lobo, sorprendido, se detuvo por un momento. No esperaba esa respuesta.
"¿Jugar? ¿Yo? ¡Pero soy un lobo y deberías tenerme miedo!" - dijo Leo, algo confundido.
"Tal vez sí, pero yo creo que todos merecen una oportunidad. Además, ¿no es más divertido jugar que comer?" - respondió Carlos con una gran sonrisa.
El lobo se quedó pensando. Carlos, con su valentía y bondad, había tocado una cuerda en su corazón. Nunca antes había considerado la idea de hacer amigos en lugar de asustar a los demás.
"Está bien, juguemos. Pero, ¿qué juegan los conejitos como vos?" - preguntó el lobo, aún dudoso.
"Podemos jugar a las escondidas. Es muy divertido. Yo me escondo y vos me buscas. Pero prometeme que no me vas a comer cuando me encuentres, ¿sí?" - sugirió Carlos.
Leo se rió a carcajadas.
"Por supuesto, pequeño conejito. Juguemos a eso. Pero no creo que pueda encontrar a un conejito tan rápido como yo. ¡Soy un lobo astuto!"
Carlos se escondió detrás de un gran árbol mientras Leo contaba hasta diez. Cuando el lobo comenzó a buscar, Carlos se dio cuenta de que no solo estaba corriendo por diversión, también estaba aprendiendo sobre la astucia del lobo.
"¡Listo o no, allá voy!" - gritó Leo mientras se lanzaba a la búsqueda.
El juego se volvió emocionante. Carlos se movía rápidamente, disfrutando del aire fresco y la emoción de escapar. Era una mezcla de risa y carrera que llenó el campo de alegría.
Finalmente, Leo encontró a Carlos detrás de un arbusto, y en lugar de comerlo, ambos comenzaron a reír y celebrar el juego.
"Eres rápido, pequeño conejito. Quizás esto de jugar no es tan malo después de todo" - admitió Leo, dándose cuenta de que estaba disfrutando mucho más de la compañía que de su plan inicial.
Después de unas horas, los dos amigos se sentaron a descansar. Carlos miró a Leo y le dijo:
"¿Ves? Hacer amigos es mucho más divertido. ¿Te gustaría ser mi amigo?"
Leo, con una gran sonrisa en su rostro, aceptó.
"Sí, lo haré. Nunca pensé que un conejito podría ser tan valiente y divertido. Para mí, ¡eres el mejor amigo que podría haber tenido!"
Desde aquel día, Carlos y Leo se volvieron amigos inseparables. Jugaron en el campo, corrieron entre las flores y se ayudaron mutuamente a descubrir cosas nuevas sobre el mundo. El astuto lobo aprendió que la amistad y la diversión eran mucho más gratificantes que asustar a los demás.
Todos en el campo pronto se dieron cuenta de que la amistad no tiene forma ni tamaño, y que incluso los más diferentes pueden volverse inseparables si tienen un poco de valor y un corazón abierto.
Así, Carlos y Leo vivieron felices, recordando que a veces, un simple juego puede cambiar una vida para mejor.
FIN.