Carlos y el Gran Festival de Culturas
Había una vez un niño llamado Carlos que vivía en un pequeño pueblo lleno de vida y colores. En su barrio, convivía con muchas familias migrantes, entre ellos afromexicanos e indígenas de Chiapas, México. Cada uno traía consigo una historia, una lengua y tradiciones que Carlos comenzaba a descubrir con curiosidad.
Un día, en el parque, Carlos jugaba con sus amigos cuando escuchó a doña Ana, una señora afromexicana, contar relatos sobre sus antepasados. Carlos se acercó, maravillado por su voz y lo que decía.
"¿Y vos de dónde sos, doña Ana?" - preguntó Carlos con ojos brillantes.
"Soy de la costa del Pacífico, querido. Mi gente siempre ha celebrado la vida con música y danza. Cultura es nuestra manera de recordarnos quiénes somos" - respondió doña Ana, sonriendo.
Intrigado, Carlos decidió que quería aprender más sobre las culturas de sus amigos. Cada tarde, después de la escuela, visitaba la casa de doña Ana, donde escuchaba historias de su herencia. Un día, doña Ana le mostró a Carlos algunos instrumentos musicales.
"¿Te gustaría probar?" - preguntó, ofreciéndole un marimba.
"¡Sí!" - exclamó Carlos, mientras intentaba producir un sonido. La wood del instrumento resonó en el aire, y Carlos quedó fascinado.
Con el tiempo, Carlos se interesó por todos los aspectos culturales que lo rodeaban. Una tarde, un grupo de jóvenes indígenas de Chiapas vino a visitarlo. Ellos le compartieron sus danzas y vestimenta típica. Carlos observaba con admiración mientras un joven llamado Itzam le enseñaba.
"¡Mirá, Carlos! Esto es un son que hacemos en nuestras fiestas. Es para celebrar nuestra relación con la Tierra y nuestros ancestros" - dijo Itzam, moviendo los brazos al ritmo de la música.
"¿Puedo aprender a bailar?" - preguntó Carlos.
"Claro. ¡Es muy divertido!" - respondió Itzam, y juntos comenzaron a practicar.
La idea de formar un gran festival que celebrara estas culturas comenzó a tomar forma en la mente de Carlos. Juntando ideas de doña Ana y Itzam, decidió hablar con sus amigos sobre la posibilidad.
"¡Chicos! ¿Qué les parece si hacemos un festival en el parque?" - propuso Carlos durante el almuerzo.
"¿Un festival?" - dijo Lucía, una de sus amigas, intrigada.
"Sí, vamos a invitar a todos para que vengan a mostrar su música, danza y comida" - explicó Carlos, entusiasmado.
Los amigos aceptaron la idea y, juntos, comenzaron a trabajar en los preparativos. Cada día, se reunían después de la escuela para planificar el evento. Decidieron que habría un espacio para contar historias, uno para bailar, y otro para compartir recetas típicas.
El día del festival llegó y todo el pueblo estaba lleno de colores, aromas y melodías. Carlos se sintió un poco nervioso, pero al mirar a todos sus amigos con sus trajes típicos, encontró el valor para seguir adelante.
"¡Bienvenidos a nuestro Gran Festival de Culturas!" - anunció Carlos al subir al escenario.
La multitud aplaudió y sonrisas brillaron en sus rostros. Doña Ana presentó un espectáculo de música afromexicana, y los indígenas de Chiapas danzaron con alegría. Carlos, junto a Itzam, se unió con su propio baile y el marimba resonaba aunque él aun estaba aprendiendo.
Todo transcurrió en armonía hasta que, de repente, una niña nueva del barrio se acercó y se pasó al lado de un grupo de chicos que no la dejaban participar. Carlos, que observó la situación, no dudó en intervenir.
"¡Hey! Todos son bienvenidos. ¡Vení! Aquí es un lugar para bailar y contar historias. ¡Queremos que seas parte de esto!" - invitó Carlos, extendiendo su mano.
"¿De verdad?" - preguntó la niña, con timidez.
"¡Por supuesto! Aquí todos somos amigos y compartimos nuestras culturas juntos" - dijo Carlos, mientras la niña le sonreía por primera vez.
La niña se unió al festival, y todos comenzaron a bailar juntos, creando un ambiente de alegría y unidad. Carlos se sintió orgulloso de haber llevado a cabo esa maravillosa idea.
El festival se convirtió en una tradición en el pueblo, y cada año, todos se unían para celebrar la diversidad, aprendiendo los unos de los otros y valorando cada cultura presente. Carlos, por su parte, había nostros fuego en su corazón por seguir explorando y compartiendo cada enseñanza de sus amigos.
Y así, con una sonrisa, Carlos comprendió que el verdadero valor de las culturas es que, al ser compartidas, no solo se enriquecen las comunidades, sino que también se construyen puentes de amistad amongst everyone.
Nadie es ajeno cuando se celebra la diversidad. Y así terminó aquel día, con un sueño en el corazón de un niño y un festival que daría mucho que hablar por muchos años adelante.
FIN.