Carlos y el mundo de los sueños



Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, un niño llamado Carlos. Desde muy pequeño, Carlos había demostrado tener una imaginación desbordante y la capacidad de crear mundos fantásticos en su mente.

Para él, sus creaciones eran tan reales que a veces le costaba diferenciar entre lo que era producto de su imaginación y lo que era parte de la realidad.

Una tarde soleada, mientras jugaba en el jardín trasero de su casa, Carlos cerró los ojos y se sumergió en uno de sus mundos imaginarios. En este mundo, él era un valiente caballero que luchaba contra dragones feroces para rescatar a la princesa del castillo encantado.

- ¡No temas, princesa! ¡Aquí estoy para salvarte! -exclamó Carlos con valentía mientras blandía su espada imaginaria. De repente, una voz familiar lo sacó bruscamente de su fantasía:- Carlos, ¿me puedes ayudar a llevar las compras del auto? -era su mamá llamándolo desde la puerta de la casa.

Carlos abrió los ojos sorprendido y se dio cuenta de que estaba nuevamente en el jardín de su casa, con su espada imaginaria convertida en una rama caída. Se levantó rápidamente y corrió hacia donde estaba su mamá.

- ¡Claro que sí, mamá! -respondió entusiasmado mientras comenzaba a cargar las bolsas junto a ella. Durante el camino hacia la cocina, Carlos le contó a su mamá sobre la emocionante aventura que acababa de vivir como caballero valiente.

Su mamá sonrió cariñosamente y escuchó atentamente cada detalle del relato de Carlos. Esa noche, mientras cenaban juntos en familia, Carlos seguía emocionado por sus historias fantásticas.

Sin embargo, algo dentro de él empezaba a comprender la importancia de diferenciar entre lo real y lo imaginario. Con el paso de los días, Carlos continuó explorando sus mundos fantásticos pero aprendiendo a mantener los pies en la tierra cuando era necesario.

Descubrió que podía seguir siendo un gran aventurero sin perderse completamente en sus fantasías. Un día, mientras jugaba con sus amigos en el parque cerca de su casa, Carlos vio a un niño triste sentado solo en un banco.

Sin dudarlo ni un segundo, se acercó al niño y le ofreció jugar con ellos. La sonrisa que apareció en el rostro del niño fue más brillante que cualquier dragón derrotado por Carlos en sus fantasías.

Desde ese día, Carlos entendió que aunque los mundos fantásticos pueden ser maravillosos para visitar ocasionalmente, siempre es importante regresar al mundo real para disfrutar plenamente todo lo hermoso que nos rodea.

Y así fue como Carlos siguió creciendo: manteniendo viva su increíble imaginación pero aprendiendo a valorar cada momento presente junto a quienes más quería.

FIN.

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