Carlos y el viaje mágico de la imaginación
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Imaginación, un niño llamado Carlos. Desde que era muy chico, Carlos tenía la habilidad de crear mundos fantásticos e increíbles en su mente.
Cada día al cerrar los ojos, viajaba a tierras lejanas llenas de dragones, hadas y criaturas mágicas. Un día, mientras jugaba en el jardín de su casa, Carlos imaginó un bosque encantado donde los árboles tenían ojos brillantes y las flores cantaban.
Estaba tan inmerso en su mundo de fantasía que no se dio cuenta cuando su madre lo llamó para merendar. "Carlos, ¡ven a comer tu merienda!", gritó su madre desde la ventana.
Carlos abrió los ojos sorprendido al escuchar la voz de su mamá. Lentamente salió del bosque encantado y corrió hacia la casa. "¡Ya voy mamá! Estaba explorando un lugar mágico donde todo cobra vida", exclamó Carlos emocionado. Su madre sonrió y le dijo: "Me encanta tu imaginación, Carlitos.
Pero recuerda siempre volver cuando te llamo para estar seguro". Carlos asintió con entusiasmo y se sentó a disfrutar de su merienda mientras contaba a su madre todas las aventuras que vivió en el bosque encantado.
Esa noche, antes de dormir, Carlos decidió explorar otro mundo en su mente. Esta vez se encontró en un castillo flotante en las nubes donde los unicornios bailaban al ritmo del viento.
Todo parecía tan real que podía sentir el aire fresco acariciando su rostro. De repente, escuchó nuevamente la voz de su madre llamándolo para irse a dormir.
Con una sonrisa dibujada en el rostro por haber vivido otra increíble aventura imaginaria, Carlos regresó a la realidad y se preparó para descansar. Los días pasaron y cada vez que cerraba los ojos, Carlos descubría nuevos mundos llenos de magia y diversión.
Su creatividad no conocía límites y cada experiencia imaginaria lo inspiraba a ser más valiente y creativo en la vida real. Una tarde soleada, mientras jugaba con sus amigos en el parque del pueblo, Carlos vio a un niño triste sentado solo en un rincón. Sin dudarlo, se acercó amablemente y le ofreció jugar juntos.
Pronto el niño triste comenzó a reír y disfrutar junto a ellos gracias a la imaginación sin fin de Carlos.
Al caer la tarde, cuando el sol empezaba a esconderse detrás de las montañas, todos los niños del parque despidieron con alegría al nuevo amigo del niño triste mientras este sonreía feliz por haber encontrado compañeros con quienes compartir momentos especiales.
Desde ese día, Carlos comprendió que su capacidad para imaginar no solo le permitía vivir aventuras extraordinarias sino también ayudar a otros a encontrar la felicidad mediante juegos e historias divertidas creadas por él mismo.
Y así fue como Carlos continuó explorando mundos fantásticos tanto dentro como fuera de su mente; siendo siempre recordado como el niño con una gran imaginación capaz de convertir lo imposible en posible con tan solo cerrar los ojos e imaginar.
FIN.