Carlos y la Magia del Basket



Era una vez un niño llamado Carlos que vivía en un pequeño pueblo. Desde muy chico, soñaba con jugar al baloncesto. Sin embargo, había un pequeño problema: era muy pequeño en comparación con los demás chicos de su edad. Carlos miraba con admiración a sus amigos jugar en la cancha del barrio, lanzando la pelota al aro y celebrando cada canasta.

Un día, mientras observaba a sus amigos en el parque, se sintió un poco triste.

"¿Por qué no puedo ser más grande? Si pudiera, jugaría como ellos y haría las mejores canastas del mundo", suspiró Carlos.

De repente, escuchó un suave murmullo. Miró a su alrededor y vio a una pequeña hada con alas brillantes, que flotaba en el aire.

"Hola, Carlos. Te he oído desear crecer", dijo la hada con una sonrisa.

Carlos se sorprendió.

"¿Eres un hada?" preguntó él, asombrado.

"Sí, soy Lila. Puedo ayudarte a crecer, pero debes saber que ser más grande no significa que seas mejor en el basket."

Carlos no dudó.

"Por favor, Lila, ¡quiero ser más grande! Quiero jugar al baloncesto como mis amigos."

Lila agitó su varita mágica y, en un abrir y cerrar de ojos, Carlos creció un poco. Se miró las manos y los pies, se sentía un poco más alto.

"¿Así está bien?" preguntó Lila.

"¡Sí! ¡Gracias, Lila!" gritó Carlos, emocionado.

Pero al ir a la cancha, se dio cuenta de que, aunque ahora era un poco más alto, todavía no podía encestar como sus amigos.

Desanimado, se acercó a Lila y le dijo:

"Pensé que al crecer sería bueno en el baloncesto, pero no puedo hacer las canastas."

La hada lo miró comprensiva.

"Carlos, ser más grande sólo te hará diferente, no mejor. La clave está en practicar y divertirse. ¿Te gustaría aprender a jugar en lugar de crecer más?"

Carlos reflexionó por un momento.

"Tienes razón. Tal vez debería practicar más en vez de solo esperar ser más grande. ¿Me ayudarías a aprender?"

"Claro que sí. Vamos a la cancha. Desde hoy, seré tu entrenadora."

Y así lo hicieron. Lila y Carlos comenzaron a practicar juntos. Desde lanzar a la canasta hasta hacer dribles. Al principio, Carlos fallaba la mayoría de los tiros y se sentía frustrado, pero con cada intento, fue mejorando poco a poco.

Un día, después de varias semanas de práctica, Carlos se inscribió en un torneo de baloncesto en su escuela. Su corazón latía fuertemente mientras su equipo calentaba.

"Lo hiciste muy bien, Carlos. Confía en tus habilidades", le dijo Lila, que lo acompañó como espectadora.

Cuando llegó su turno de jugar, Carlos respiró profundamente y comenzó a correr por la cancha. Driblar, pasar, y finalmente... ¡encestar! El público aplaudió, y Carlos sonrió más que nunca.

"¡Lo logré!" gritó él, lleno de alegría.

Al final del torneo, aunque su equipo no ganó, Carlos estaba feliz. Se dio cuenta de que lo que importa es disfrutar del juego y esforzarse por mejorar. Lila se acercó a él.

"Ves, Carlos, ¡no necesitabas crecer! Con dedicación y ganas, podés lograr lo que te propones."

Carlos sonrió y le agradeció a Lila por ayudarlo a descubrir su verdadero potencial.

"Gracias, Lila. Ahora sé que no importa la altura, sino la pasión y el esfuerzo."

Desde ese día, Carlos no sólo creció en altura, sino que creció como jugador, haciendo muchos amigos en la cancha, siempre recordando que la magia del basket estaba dentro de él.

FIN.

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