Carlos y su Sueño de Salsa



En la vibrante ciudad de Cali, donde el sol brilla y la música salsa se siente en el aire, vivía un niño llamado Carlos. Desde muy pequeño, Carlos había descubierto su amor por el baile. Cada vez que sonaban los ritmos pegajosos de la salsa, su cuerpo comenzaba a moverse solo. Los fines de semana, él se escapaba a la plaza del barrio donde los adultos bailaban, y Carlos se unía a ellos, imitando sus pasos.

- ¡Mirá cómo se mueve ese pibe! - decía el abuelo Manuel, sonriendo mientras observaba a Carlos girar y saltar.

- ¡Es el futuro rey de la salsa! - respondía su amiga Sofía, que siempre tenía un brillo especial en los ojos al ver a Carlos bailar.

Un día, mientras estaba practicando en la plaza, Carlos escuchó sobre un concurso de salsa que se celebraría en la ciudad.

- ¡Carlos, tenés que participar! - le dijo Sofía emocionada.

- Pero... no sé si puedo, hay muchos bailarines mejores que yo - respondió él, sintiendo un nudo en el estómago.

- ¡No importa! Lo más importante es que ames bailar. Eso es lo que te hará brillar. - animó Sofía.

Con el aliento de su amiga, Carlos decidió inscribirse. Todos los días después de la escuela, se dedicaba a practicar. Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha del concurso, su inseguridad aumentaba. Un día, mientras practicaba, vio a un grupo de niños mayores haciendo trucos impresionantes.

- ¡Mirá a esos chicos! Ellos bailan mucho mejor que yo - se lamentó Carlos, sintiéndose pequeño y desanimado.

- ¡No dejes que eso te detenga! - le dijo Sofía, dándole un fuerte abrazo. - Recordá que la salsa se trata de disfrutar y expresar tu corazón a través del baile.

Decidido a no rendirse, Carlos combinó su estilo propio con movimientos nuevos que había aprendido de los bailarines más grandes. Sin embargo, aún sentía mariposas en el estómago el día del concurso. Cuando llegó el momento de su presentación, observó a otros bailarines, todos con movimientos espectaculares.

- ¿Qué estoy haciendo aquí? - pensó, sintiendo que podría desmayarse en cualquier momento.

Pero justo antes de que le tocara, su abuelo apareció en la audiencia. Con su sonrisa cálida, le hizo un gesto que le decía "vos podés". En ese instante, Carlos recordó todo el amor que tenía por la salsa. Cuando lo llamaron, tomó una respiración profunda y salió al escenario.

Mientras sonaba la música, el nerviosismo se transformó en alegría. Cada paso lo llevó al centro del escenario, y sus movimientos fluían con el ritmo. Recordó lo que su amiga le había dicho: la salsa es amor.

La multitud comenzó a aplaudir y animar, y eso hizo que Carlos bailara aún mejor. Cuando la música finalizó, él se sintió en las nubes. Aunque no ganó el primer lugar, recibió una gran ovación. Al bajar del escenario, Sofía lo abrazó con fuerza.

- ¡Lo hiciste increíble, Carlos! - exclamó ella.

- Gracias, Sofía. Me siento muy feliz de haber bailado - dijo Carlos, sonriendo de oreja a oreja.

Más tarde esa noche, el jurado le otorgó un reconocimiento especial por su espíritu y pasión por el baile. Carlos aprendió que, aunque no siempre se gana, lo importante es disfrutar del camino y hacer lo que uno ama.

- ¡Este es solo el comienzo! - exclamó su abuelo, lleno de orgullo.

Desde entonces, Carlos y Sofía siguieron bailando, aprendiendo y disfrutando de cada ritmos de salsa que la vida les ofrecía. Ambos comprendieron el verdadero significado del baile: se trataba de amistad, confianza y, sobre todo, de expresar el corazón a través de cada paso.

Carlos nunca dejó de bailar, y su pasión por la salsa iluminó no solo su vida, sino también la de quienes lo rodeaban. Cada vez que sonaba música en Cali, era imposible no pensar en el niño que se atrevió a soñar y a bailar con el alma.

FIN.

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