Carola y las Croquetas Compartidas
Carola era una perrita muy especial. Tenía un pelaje suave y brillante, ojos tiernos y una nariz húmeda que siempre estaba olfateando el aire en busca de algo delicioso.
Pero lo que más le gustaba a Carola eran las croquetas, esas pequeñas bolitas crujientes llenas de sabor. Todos los días, la dueña de Carola, Catalina, se levantaba temprano para prepararle su desayuno.
Mientras mezclaba los ingredientes para hacer las croquetas caseras, Carola se sentaba junto a ella moviendo la cola emocionada. "¡Ay, Carola! No puedo creer lo mucho que te gustan estas croquetas", decía Catalina mientras reía. Carola no podía esperar más y saltaba sobre sus patitas tratando de alcanzar alguna bolita que cayera al suelo.
Una vez listo el desayuno, Catalina ponía el plato frente a Carola y ella devoraba cada bocado con alegría. Un día soleado, mientras paseaban por el parque juntas, Carola vio a un grupo de perros jugando cerca del lago.
Se acercó corriendo y notó que todos estaban divirtiéndose mucho. Uno de ellos tenía una pelota en la boca y los demás intentaban quitársela. "¡Qué divertido se ve eso!", pensó Carola emocionada.
Se acercó al perro con la pelota y le preguntó si podía jugar también. El perro asintió con entusiasmo y le pasó la pelota a Carola.
Ella la agarró entre sus dientes, pero en vez de correr con ella, la soltó rápidamente y regresó junto a Catalina. "¿Por qué no juegas con los otros perros, Carola?", preguntó Catalina curiosa. Carola ladró emocionada y luego se dirigió hacia el lugar donde había dejado la pelota.
La tomó nuevamente entre sus dientes y se acercó a un grupo de niños que estaban sentados en una banca cerca del lago. "¡Miren! ¡Este perrito quiere jugar con nosotros!", exclamó uno de los niños señalando a Carola. Los niños sonrieron y empezaron a lanzarle la pelota.
Carola corría felizmente atrás de ella, moviendo su cola y saltando de alegría cada vez que lograba atraparla. Los niños reían mientras jugaban juntos. Catalina observaba orgullosa desde lejos.
Sabía que Carola amaba las croquetas, pero también sabía que había algo más importante para ella: hacer felices a los demás. Aunque le encantara comer croquetas, lo que realmente llenaba su corazón era compartir momentos divertidos con aquellos que la rodeaban.
Desde ese día, Carola siguió disfrutando de sus deliciosas croquetas todas las mañanas. Pero también aprendió que había muchas otras formas de ser feliz: jugando con otros perros en el parque o haciendo sonreír a los niños con su alegría contagiosa.
Carola demostró al mundo que no importa cuánto nos guste algo, siempre hay espacio para compartirlo y hacer felices a quienes nos rodean.
Y así, todos aprendieron una valiosa lección: la felicidad no se encuentra solo en las cosas que nos gustan, sino también en los momentos que compartimos con aquellos que amamos.
FIN.