Cartas de Amistad
Érase una vez una niña llamada Sofía que vivía en un tranquilo pueblo de Argentina. A Sofía le encantaba escribir y soñaba con tener amigos en todo el mundo. Un día, durante una actividad escolar, su maestra les propuso adoptar una correspondencia con personas mayores de un asilo cercano. Sofía se emocionó mucho con la idea y decidió escribirle a un abuelito llamado Don Eduardo.
Así comenzó su amistad por cartas. Sofía le escribió:
"Querido Don Eduardo, ¡hola! Soy Sofía y tengo 10 años. Me encantaría conocer más sobre vos. ¿Qué hacés en el asilo? ¿Tenés hobbies?"
Desde el primer momento, Don Eduardo se sintió feliz de recibir la carta. Él le respondió:
"Querida Sofía, gracias por escribirme. A veces, el tiempo pasa muy lento aquí. Me gusta leer y recordar momentos de mi vida. Pero también disfruto mucho de la compañía de los jóvenes, como vos. ¿Qué te gusta hacer a vos?"
A partir de ahí, las cartas fueron fluyendo. Sofía le contaba sobre su vida, sus sueños y sus amigos. Don Eduardo, por su parte, compartía historias de su infancia, aventuras y anécdotas de su vida.
Cada carta era un pequeño regalo que traía alegría a ambos.
Con el paso del tiempo, Sofía comenzó a notar que las cartas de Don Eduardo estaban llenas de nostalgia. Él a veces se sentía solo y un poco apartado. Entonces, decidió que quería hacer algo especial para su amigo.
"Don Eduardo, ¿te gustaría que viniera a visitarte?" escribió en su siguiente carta.
Don Eduardo se sorprendió y contestó:
"Sofía, eso sería maravilloso. Pero tal vez no encuentres muy interesante a un viejo como yo."
A pesar de la respuesta de Don Eduardo, Sofía estaba decidida.
Un soleado sábado, junto a su madre, se dirigió al asilo.
Cuando llegó, sus ojos brillaban de emoción y un poco de nerviosismo. Al entrar, se encontró con Don Eduardo que la esperaba en la sala de actividades, rodeado de otras personas mayores que charlaban y jugaban.
"¡Hola, Sofía! No puedo creer que hayas venido. Soy tan feliz de conocerte en persona. Resultas aún más encantadora de lo que imaginé”, exclamó Don Eduardo.
La visita transcurrió llena de risas. Jugaron a las cartas, Don Eduardo le mostró fotos viejas de su familia y le contó historias de su juventud. Durante la tarde, Sofía notó que otros abuelitos también estaban observando y sonriendo.
"¿Por qué no les escribimos a todos cartas?" sugirió. Don Eduardo sonrió y dijo:
"Es una brillante idea, Sofía. A veces, solo necesitan un poco de compañía como yo."
Así fue como Sofía ideó un plan. Cada semana, iba al asilo con cartas y mensajes de aliento, no solo para Don Eduardo, sino también para otros ancianos que se sentían solos. La alegría se contagió, y pronto, el lugar se llenó de sonrisas y risas.
Un día, durante una visita a Don Eduardo, ella le preguntó:
"¿Qué aprendiste de nuestra amistad, Don Eduardo?"
Él, con una mirada tierna, respondió:
"Que la soledad se disipa con la amistad. Todos necesitamos sentirnos queridos. Cada carta que me escribiste trajo luz a mis días."
Al poco tiempo, el asilo organizó un evento donde Sofía y otros niños del pueblo pudieron interactuar con los abuelitos, compartiendo risas, cuentos y juegos.
Todos los viejitos se sintieron valorados y parte de la comunidad otra vez.
El vínculo entre Sofía y Don Eduardo se volvió tan fuerte que se convirtieron en amigos inseparables.
Y aunque Sofía siguió escribiendo, su influencia fue mucho más allá, enseñando a todos que la amistad no tiene edad y que todos, sin importar cuántos años tengan, pueden compartir historias y construir lazos hermosos.
Y así, a través de una simple carta, una niña y un abuelo transformaron la soledad en alegría, recordándonos que la amistad es un tesoro invaluable en la vida de cualquiera.
FIN.