Casa de Abuela



El viaje empezó muy temprano en la mañana. Los hermanos estaban emocionados por conocer las tierras de sus abuelos y pasar unos días juntos fuera de la ciudad. - ¿Están listos? - preguntó Daniel mientras ajustaba el retrovisor.

- Sí, estamos ansiosas por llegar - respondió Graciela desde el asiento trasero. - Yo también quiero ver a los animales que hay en el campo - dijo Marinés con una sonrisa. El camino era largo pero entretenido.

Había muchas cosas que ver: montañas, ríos, campos de trigo y vacas pastando tranquilamente. Los hermanos se pasaban música y jugaban juegos para hacer más llevadero el viaje. Después de varias horas llegaron a Mirafuentes.

Era un pueblo pequeño pero acogedor, lleno de casitas bajas con macetas en las ventanas y flores en los jardines. Allí se encontraron con su abuela Ana, quien les recibió con mucho cariño.

- ¡Mis nietos! - exclamó Ana al verlos bajar del coche -. Qué alegría tenerlos aquí conmigo. Los hermanos le dieron un fuerte abrazo a su abuela y ella les enseñó la casa donde iban a estar hospedados durante su visita.

Era una casa antigua pero muy bonita, llena de objetos antiguos y recuerdos familiares. Esa tarde salieron a dar un paseo por el campo. La vista era impresionante: prados interminables cubiertos por una manta verde esmeralda que parecía extenderse hasta donde alcanzaba la vista.

Los tres hermanos corrían y saltaban como si fueran niños pequeños. - ¡Miren, una mariposa! - exclamó Marinés señalando hacia el cielo. - Y allá hay un conejo - dijo Graciela apuntando a unos arbustos cercanos.

Daniel caminaba un poco más lento, disfrutando de la brisa fresca del campo. De repente, algo llamó su atención: una casa abandonada al final del camino. Se acercó curioso para verla mejor y los demás hermanos lo siguieron.

La casa estaba en ruinas y parecía haber sido abandonada hace mucho tiempo. Había maleza creciendo por todas partes y las ventanas estaban rotas.

Pero lo que más les llamó la atención fue un pequeño jardín detrás de la casa, lleno de flores silvestres y una fuente oxidada en el centro. - ¿Qué habrá pasado aquí? - se preguntó Daniel en voz alta mientras examinaba los restos de la casa.

- Tal vez alguien vivió aquí hace mucho tiempo - sugirió Graciela observando las flores del jardín. Marinés se acercó a la fuente y tocó el agua con sus dedos. Estaba fría pero limpia, como si alguien se hubiera ocupado de ella recientemente. De repente, oyeron un ruido extraño detrás de ellos.

Era una figura encapuchada que salió corriendo hacia el bosque cercano sin decir palabra alguna. Los hermanos se miraron asustados pero luego rieron nerviosamente al darse cuenta que era sólo uno de los vecinos jugándoles una broma pesada.

De vuelta en casa, Ana les contó historias de su juventud y les mostró fotos antiguas de la familia. Los hermanos se sintieron más cerca que nunca de sus raíces y agradecidos por tener una abuela tan amorosa.

- Gracias, abuela Ana, por compartir tus recuerdos con nosotros - dijo Daniel mientras le daba un beso en la mejilla. - Sí, nos has enseñado mucho sobre nuestra familia - agregó Graciela emocionada.

- Y sobre el valor de nuestras raíces y nuestra historia - concluyó Marinés sonriendo. Esa noche durmieron plácidamente en sus habitaciones, soñando con las aventuras que les esperaban al día siguiente.

El viaje había sido una experiencia inolvidable para los tres hermanos, quienes aprendieron el valor del amor familiar y el respeto por sus raíces.

FIN.

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