Casa de espíritus


Era una tarde de verano en Buenos Aires y los hermanos Martín y Ana se encontraban dentro de su casa, una antigua residencia familiar ubicada en el barrio de San Telmo.

Habían crecido allí y conocían cada rincón de la casa, pero algo extraño estaba sucediendo. De repente, escucharon un ruido que venía desde el otro extremo de la casa. Era como si alguien estuviera caminando por los pasillos. Los dos hermanos se miraron asustados.

"¿Escuchaste eso?" -preguntó Ana con voz temblorosa. "Sí, claro que lo escuché" -respondió Martín mientras se levantaba del sofá para investigar. Los dos avanzaron lentamente hacia el pasillo principal, donde se encontraba la puerta que daba acceso a las habitaciones privadas.

Cuando llegaron a ella notaron que estaba cerrada con llave. "¿Quién pudo haberla cerrado?" -se preguntó Martín en voz alta. "No lo sé, pero no me gusta esto" -dijo Ana mientras se aferraba al brazo de su hermano.

Decidieron buscar otra salida para poder salir de la casa sin tener que pasar por esa puerta misteriosamente cerrada. Fueron hacia la cocina y abrieron la ventana para intentar escapar por allí.

Pero cuando estaban a punto de hacerlo, escucharon un fuerte golpe detrás de ellos. Se dieron vuelta rápidamente y vieron cómo todas las puertas y ventanas comenzaban a cerrarse solas frente a sus ojos.

Estaban atrapados dentro de su propia casa tomada por una fuerza desconocida. Pasaron horas intentando encontrar una salida, pero todas las puertas y ventanas seguían cerradas. Finalmente, se dieron cuenta de que debían enfrentar lo que estaba sucediendo dentro de la casa.

Comenzaron a buscar pistas y descubrieron un pasadizo secreto detrás de uno de los cuadros del living. Avanzaron por él hasta llegar a una habitación oculta en la que encontraron un libro antiguo cubierto de polvo.

Lo abrieron y descubrieron que era un diario escrito por su bisabuelo en el siglo XIX. En él contaba cómo había construido esa casa sobre un cementerio indígena sin pedir permiso a los espíritus ancestrales.

Comprendieron entonces que estaban siendo castigados por no haber respetado las tradiciones del lugar donde vivían. Decidieron hacer una ofrenda para calmar a los espíritus y poder salir de allí. Prepararon todo lo necesario y realizaron la ceremonia con mucho respeto y temor.

Al finalizarla, todas las puertas y ventanas se abrieron solas permitiéndoles salir sanos y salvos de su casa tomada. Desde ese día, Martín y Ana aprendieron a valorar más las culturas originarias del país donde vivían, prometiendo siempre respetarlas en el futuro.

Y así fue como lograron transformar una situación terrorífica en una lección valiosa para toda la vida.

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