Castilla y las Murallas del Coraje
Era una tarde soleada y cálida en el pequeño pueblo de Villa Esperanza, donde todos los niños salían a jugar en la plaza. María, una madre dulce y valiente, estaba en la cocina preparando una deliciosa torta cuando su hija, Castilla, entró con curiosidad en sus ojos.
-Castilla, vení un momento -dijo María mientras retiraba la torta del horno.
-Sí, mamá, ¿qué sucede? -preguntó la pequeña.
-María sonrió y le dijo: -Quería contarte algo especial sobre tu nombre.
-¿Sobre mi nombre? -exclamó Castilla con asombro. -Siempre me he preguntado por qué me llamaste así.
-Por supuesto, mi amor. Te llamé “Castilla” porque quiero que seas una persona fuerte y firme, que se proteja a sí misma y a los que ama, como las murallas de un castillo -explicó María mientras acariciaba el cabello de su hija.
-Bueno, me gusta la idea, pero... ¿y si alguien intenta derribar mis murallas? -preguntó Castilla, inquieta.
-Si alguien intenta derribar tus murallas, recordá que vos tenés el poder de construir nuevas. Y si caen, siempre podés levantarte y hacerlas más fuertes -respondió su madre.
Castilla asintió. Se le ocurrió una idea brillante.
-¡Mamá! ¿Podemos construir un castillo en el jardín? -preguntó emocionada.
-Claro que sí, podemos usar cajas de cartón y sábanas viejas. ¡Vamos! -dijo María, riendo por el entusiasmo de su hija.
Así que ambas comenzaron a construir su castillo en el jardín. Con cada caja que levantaban y cada sábana que colgaban, Castilla se sentía más y más poderosa. De repente, su amigo Tomás apareció.
-Hola, Castilla. ¿Qué estás haciendo? -preguntó él, curioso.
-Estamos construyendo un castillo. ¡Vení! Necesitamos más manos fuertes -le respondió Castilla con una gran sonrisa.
Tomás, emocionado, se unió a la construcción. Pero cuando el castillo ya estaba tomando forma, un fuerte viento sopló y comenzó a derribar algunas de las paredes.
-Oh no, ¡se está cayendo! -gritó Tomás, preocupado.
-No, no. Esto es solo una prueba. Recordá lo que me dijo mamá, ¡podemos levantarlas de nuevo! -exclamó Castilla.
Y muy decidida, comenzaron a recoger las cajas y las sábanas, riendo mientras hacían nuevas murallas aún más fuertes. Pero a lo lejos, apareció una niñita llamada Ana, que al ver el caos se acercó.
-¿Por qué están tan tristes? -preguntó.
-No estamos tristes, estamos aprendiendo a hacer un castillo más fuerte -le explicó Castilla. -¿Te gustaría unirte?
Ana sonrió de oreja a oreja y se unió a la reconstrucción. Juntos, construyeron un castillo aún más grande, con torres y un gran puente levadizo hecho de ramas.
Cuando terminaron, Castilla se sintió muy orgullosa.
-¡Miren! Nuestro castillo es increíble -dijo mientras miraba a sus amigos.
-Tiene las murallas más fuertes del distrito -bromeó Tomás.
-Pero lo más importante es que lo hicimos juntos -sonrió Ana.
María, desde la ventana, observaba a su hija con amor. Sabía que Castilla había aprendido una lección valiosa sobre la fuerza y la comunidad, con la que estaba construyendo sus propias murallas de coraje.
Mientra el sol comenzaba a ocultarse, Castilla dijo: -Hoy entendí que ser fuerte no es solo construir muros, sino también abrir las puertas a quienes nos rodean.
María, llena de orgullo, abrazó a su hija y le dijo: -Así es, Castilla. Ellas son tus verdaderas murallas. Cuando estamos rodeados de amigos y amor, nuestro castillo siempre estará en pie.
A partir de aquel día, Castilla se convirtió en una niña más segura de sí misma. Siempre recordaba lo que su madre le había enseñado y enfrentaba cada nuevo desafío con la fortaleza de un verdadero castillo. Y con cada aventura, sus murallas de coraje se volvían más fuertes.
Y así, en Villa Esperanza, Castilla y sus amigos construyeron castillos en la arena, murallas de risas y fortalezas de amistad que siempre les recordarían que, como lo había dicho su mamá, lo más importante eran las conexiones que hacían.
FIN.