Catalina y su amigo Felipe



Era una mañana soleada en el pequeño pueblo de Monteverde, y Catalina y su amigo Felipe decidieron aventurarse en el bosque que se encontraba cerca de su casa. Con sus mochilas llenas de meriendas y una brújula antigua que Felipe había encontrado en el desván de su abuela, se sintieron listos para cualquier aventura.

"¿Vamos a explorar el bosque?" - sugerió Catalina, emocionada.

"¡Sí! ¡Vamos a descubrir cosas nuevas!" - respondió Felipe, cargado de energía.

Ambos comenzaron su recorrido, saltando sobre troncos caídos y haciendo ruido al pisar las hojas secas. Pronto, descubrieron un claro lleno de flores multicolores.

"¡Mirá cuántas flores hay!" - exclamó Catalina.

"¡Son hermosas! ¿Crees que podemos recoger algunas para llevar a casa?" - preguntó Felipe.

Decidieron recoger un par, mientras disfrutaban del aroma fresco y del canto de los pájaros. Pero, sin que lo notaran, el sol comenzó a moverse, y su sentido de la dirección se desvaneció entre tantas maravillas.

"¿Por dónde vinimos?" - preguntó Catalina, dándose cuenta de que ya no reconocía el camino.

"Creo que deberíamos seguir ese sendero a la derecha. Ahí hay más luz," - sugirió Felipe, señalando hacia adelante.

Siguieron el sendero, pero lo que parecía un camino claro se convirtió en un laberinto de árboles y arbustos. Después de un rato, ambos comenzaron a sentirse un poco nerviosos.

"¿Qué sucede si no encontramos el camino de regreso?" - preguntó Catalina, con la voz temblorosa.

"No te preocupes. Solo necesitamos pensar y usar la brújula. ¡Podemos hacerlo!" - respondió Felipe, tratando de sonar más confiado de lo que se sentía.

Sacaron la brújula, y tras algunos intentos, se dieron cuenta de que el norte estaba detrás de ellos. Sin embargo, no querían volver por el mismo camino y decidieron... hacer un nuevo recorrido, confiando en su instinto.

Mientras exploraban, comenzaron a notar detalles que antes habían pasado por alto: unas huellas de ciervo, una ardilla que jugaba entre las ramas y un arroyo que susurraba suavemente. Esto les dio ánimo y motivación.

"Mirá, Felipe, ¡es hermosa esta parte del bosque!" - dijo Catalina, señalando la brisa que movía las hojas.

"Sí, y si seguimos caminando, estoy seguro de que encontraremos algo conocido," - dijo Felipe, con la esperanza creciendo en su voz.

Después de un rato más de exploración, encontraron un árbol gigantesco con un tronco torcido. Catalina lo reconoció inmediatamente.

"¡Ese es el árbol que vimos al llegar! ¡Estamos cerca!" - gritó, saltando de alegría.

"Perfecto, ahora solo necesitamos seguir hacia la izquierda de ese árbol y encontraremos el sendero de regreso a casa," - afirmó Felipe, aliviado.

Siguiendo las instrucciones de Catalina, avanzaron con determinación. A medida que se acercaban al sendero, la ansiedad se disipó y reapareció la emoción por la aventura que habían vivido.

Finalmente, lograron encontrar el camino de regreso y, poco tiempo después, llegaron a su casa justo cuando el sol comenzaba a ponerse.

"¡Lo hicimos! Volvimos a casa!" - exclamó Catalina, dando un fuerte abrazo a Felipe.

"Sí, y fue una gran aventura. Aprendimos a no rendirnos, incluso cuando las cosas se complican," - añadió Felipe, sonriendo.

A partir de ese día, Catalina y Felipe supieron que siempre tendrían el uno al otro para enfrentar cualquier desafío. Y cada vez que miraban el bosque, recordaban la maravillosa aventura que vivieron juntos, aprendiendo que a veces perderse puede ser una forma de encontrarse de nuevo.

FIN.

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