Catalina y su Bicicleta Mágica



Catalina era una nena de siete años, llena de curiosidad y aventuras. Un día, mientras paseaba por el parque, vio a otros chicos montando sus bicicletas y riendo a carcajadas. ¡Qué divertido! Pensó, pero al mismo tiempo, un pequeño miedo se asomó en su corazón. - Ay, si me caigo, ¡no sé si podré volver a intentarlo! - se decía a sí misma.

En casa, Catalina decidió que no podía dejar que el miedo la detuviera. Se acercó a su papá, que estaba en la cocina preparando la cena. - Papá, quiero aprender a andar en bicicleta, pero me da miedo caerme - confesó con voz suave.

Su papá, que siempre había sido una fuente de apoyo y confianza, sonrió con ternura. - No te preocupes, Catalina. Todos caemos un poco al principio, pero lo importante es levantarse y seguir. Te voy a ayudar.

Así fue como, al día siguiente, después de terminar las tareas, Catalina y su papá se dirigieron al parque con la bicicleta colorida que su abuelo le había regalado. - Vamos a practicar juntos - le dijo su papá, mientras inflaba los neumáticos.

Catalina observaba la bicicleta, que parecía un poco más grande que ella. - Papá, ¿estás seguro de que puedo? - preguntó nerviosa.

- Por supuesto, mi amor. Vamos a ir paso a paso. Empezaremos a empujar la bicicleta y a encontrar un equilibrio.

Con el sol brillando y una suave brisa, Catalina se montó en la bicicleta mientras su papá sostenía el asiento. - Ahora, vamos a pedalear juntos. Yo te sostengo.

Catalina comenzó a pedalear, aunque se sentía un poco insegura. - ¡Mirá, ¡estás avanzando! - le animaba su papá. Al principio todo parecía un sueño, pero en un instante, Catalina sintió que la bicicleta se movía sin que su papá la sujetara. - ¡Papá! ¡Mirá! ¡Lo estoy haciendo!

Pero justo en ese momento, la bicicleta se desvió y Catalina cayó al suelo. Un pequeño rasguño apareció en su rodilla y, a pesar de que no dolía tanto, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. - ¡Me caí! - exclamó.

- ¡Ay, mi vida! - corrió su papá y la abrazó. - Fue un pequeño golpe. Todos caemos alguna vez, ¿quieres que sigamos?

Catalina, todavía un poco asustada, lo miró y, tras pensarlo un momento, decidió que eso no la podía detener. - Sí, vamos a intentarlo de nuevo.

Con cada intento, el miedo fue disminuyendo. Su papá siempre estaba al lado, animándola. - ¡Sigue, Catalina! Puedes hacerlo, tenés que confiar en vos misma.

Después de varias caídas y levantadas, Catalina comenzó a sentir un nuevo tipo de emoción, una mezcla de alegría y confianza. Era como si cada caída la hiciera más fuerte.

- ¡Papá! ¡Ahora entiendo! ¡Andar en bicicleta es como un juego, no debo tener miedo! - gritó, mientras pedaleaba más rápido.

Finalmente, tras varias subidas y bajadas en el parque, Catalina logró dar una vuelta completa sin caerse. Su rostro se iluminó con una sonrisa radiante. - ¡Lo logré!

- ¡Sí, lo hiciste! – respondió su papá entre risas, sintiendo el orgullo en su pecho.

A partir de ese día, Catalina no solo aprendió a andar en bicicleta, sino que también comprendió que el miedo es natural, pero que lo importante es seguir intentando y sobre todo, disfrutar del viaje.

Al volver a casa, la pequeña se llenó de historias para contarle a su mamá.

- ¡Mamá! ¡Hoy aprendí algo nuevo! Y lo más importante es que nunca debemos rendirnos, por más que nos caigamos.

Y así, Catalina, la valiente ciclista, decidió que cada caída era solo un paso más hacia nuevas aventuras, y que siempre tendría el apoyo de su papá a su lado.

FIN.

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