Catalina y sus fieles amigos
Había una vez en el hermoso pueblo de San Bautista, una joven llamada Catalina. Catalina era conocida por ser muy caprichosa y siempre querer que las cosas se hicieran a su manera.
Vivía en una pequeña casa con un jardín grande donde correteaban sus dos adorables perros: uno blanco y otro negro. Un día, mientras paseaba por el parque con sus perros, Catalina vio a un grupo de niños jugando felices juntos.
Se acercó para ver qué estaban haciendo y descubrió que estaban construyendo un fuerte de ramas y hojas. Los niños se divertían trabajando juntos, compartiendo ideas y riendo sin parar.
Catalina sintió una punzada de envidia al ver lo felices que eran los niños jugando juntos. Pensó para sí misma: "¡Yo también quiero tener amigos con quienes jugar como ellos!"Decidió acercarse a los niños y les preguntó si podía unirse a ellos.
Los niños, sorprendidos al principio por la presencia de la joven caprichosa, aceptaron encantados su solicitud. "¡Claro que sí! ¡Será genial tener otra amiga para jugar!", exclamó Sofía, la líder del grupo. Los días pasaron y Catalina comenzó a pasar más tiempo con los niños.
Aprendió a trabajar en equipo, a escuchar las ideas de los demás y a compartir sus propias ideas también. Poco a poco, fue dejando de lado sus caprichos y aprendiendo el valor de la amistad verdadera.
Un día, mientras jugaban en el parque, los perros de Catalina empezaron a pelearse por un hueso que habían encontrado. La joven intentó separarlos pero no tuvo éxito. "¡No puedo creerlo! ¡Mis perros siempre hacen lo que quieren sin escucharme!", exclamó Catalina frustrada.
Sofía se acercó a ella y le dijo: "A veces nuestros amigos animals también necesitan que les enseñemos cómo comportarse adecuadamente. Es importante ser paciente y enseñarles con amor. "Las palabras de Sofía resonaron en el corazón de Catalina.
Se dio cuenta de que al igual que ella había aprendido nuevas cosas gracias a sus amigos humanos, también podía aprender sobre paciencia y amor gracias a sus amigos animals.
Desde ese día, Catalina empezó a dedicar más tiempo a entrenar a sus perros, enseñándoles trucos nuevos y recompensándolos con cariño cada vez que se comportaban bien. Con el tiempo, los perros comenzaron a obedecerla más fácilmente y la relación entre ellos se fortaleció aún más.
Catalina aprendió la importancia de ser paciente, amorosa y comprensiva no solo con sus amigos humanos sino también con sus fieles compañeros caninos.
Y así, gracias a la amistad sincera de los niños del parque y al amor incondicional de sus mascotas, Catalina dejó atrás su capricho para convertirse en una persona más comprensiva, empática e inspiradora para todos los que la rodeaban en San Bautista.
FIN.