Catha y las Luciérnagas Brillantes
En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía una niña llamada Catha. Era una niña curiosa y juguetona, pero había una cosa que le daba miedo: las luciérnagas que aparecían cada noche en su jardín. Cada vez que caía la tarde, Catha miraba por la ventana y se acurrucaba en su sillón, tapándose con su manta favorita, mientras las luces titilantes danzaban en el aire.
Una noche, mientras Catha se sentaba en el sillón, escuchó la voz de su abuela, Clara, desde la cocina.
"Catha, ven a ayudarme a preparar la cena."
Catha respiró hondo y se levantó, decidida a no dejarse llevar por su miedo esta vez. Cuando salió al jardín, las luciérnagas comenzaban a asomarse. Lucían como pequeñas estrellas en la tierra.
"Tengo que ser valiente", murmuró Catha, mientras los brasitos de luz danzaban a su alrededor.
De repente, sintió cómo una luciérnaga se posó en su mano. Catha se dio cuenta de que era más linda de cerca. Su luz era suave y se movía lentamente, como si le estuviera sonriendo.
"Hola, Catha. No tengas miedo. Solo queremos venir a saludarte", dijo la luciérnaga, con una voz suave y melodiosa.
Catha miró a su alrededor, sorprendida por lo que escuchaba.
"¿Puedes hablar?"
"Sí, somos las luciérnagas. Vivimos aquí en el jardín y somos amigas de las flores y de los árboles. Venimos a iluminar la noche", explicó la pequeña criatura.
Catha, emocionada y aún un poco asustada, se armó de valor.
"¿Por qué son tan brillantes?"
"Nuestra luz es mágica. Nos ayuda a encontrar nuestro camino y también a guiar a otros a través de la oscuridad", respondió la luciérnaga.
En ese momento, Catha recordó una historia que le había contado su abuela acerca de cómo las luciérnagas traían alegría y felicidad a la noche.
"¿De verdad? Nunca vi las cosas así. Siempre pensé que sólo eran luces raras", admitió Catha.
La luciérnaga sonrió aún más.
"Ven, te mostraré algo", dijo, volando en círculos alrededor de Catha.
Catha, sintiendo una mezcla de asombro y valentía, siguió a la luciérnaga hasta el centro del jardín.
"Mira esas flores”, dijo la luciérnaga, señalando un conjunto de tulipanes que brillaban gracias al brillo como un espejo.
Catha fue incapaz de contenerse.
"¡Son hermosas!"
"Nosotros las iluminamos en la noche. Sin nosotras, tendrían miedo a la oscuridad y no crecerían felices", comentó la luciérnaga.
"Así que ustedes ayudan a las flores a ser felices, ¿eh?", preguntó Catha, comenzando a entender.
"Exactamente. Y ahora que ya conoces un poco de nosotras, ¿te gustaría jugar?", lanzó, con entusiasmo.
Catha nunca había imaginado jugar con luciérnagas.
"¡Sí! Pero, ¿cómo se juega?"
"Vamos a jugar a luces y sombras. Tú intentarás atraparnos y nosotras nos escaparemos, ¡pero siempre te dejaremos ver dónde estamos!"
Catha comenzó a correr y a reír, mientras las luciérnagas danzaban a su alrededor. Su miedo se desvaneció, y en su lugar había sólo alegría. La noche se inundo de risas, luces brillantes y una amistad inesperada.
Después de un tiempo, se sintió cansada y se detuvo.
"¿Pueden venir a jugar todas las noches?"
"Por supuesto, siempre que tú no les temas", respondieron en coro las luciérnagas.
Catha regresó a su casa, donde su abuela la esperaba con una sonrisa.
"¿Qué tal, Cathita? ¿Te divertiste?"
"Sí, abuela. ¡Descubrí que las luciérnagas son amigas y no dan miedo!"
Desde entonces, cada noche al caer el sol, Catha corrió al jardín, ansiosa por jugar con sus nuevas amigas brillantes. Descubrió que con un poco de curiosidad y valentía, sus miedos podían volverse en risas y aventuras.
Las luciérnagas se convirtieron en sus aliadas, haciendo que cada noche en su jardín fuese un espectáculo deslumbrante, lleno de luces y felicidad.
Y así, Catha aprendió que a veces, lo desconocido puede transformarse en algo hermoso, siempre que se enfrente con valentía y una mente abierta.
FIN.