Catha y las luciérnagas del jardín



Catha era una niña curiosa y llena de energía. Le encantaba jugar en su jardín, pero había algo que la asustaba: las luciérnagas que aparecían cada noche, brillando con su luz mágica. La primera vez que Catha vio una luciérnaga, estaba tan sorprendida que soltó un grito.

"¡Mamá, hay un bicho brillante volando por el jardín!" - exclamó,

"No es un bicho, Catha, es una luciérnaga. Son inofensivas y solo quieren volar y brillar" - respondió su madre, intentando tranquilizarla.

Pese a las palabras de su mamá, cada vez que caía la noche, Catha se escondía detrás de la ventana, temerosa de que las luciérnagas pudieran acercarse.

Un día, su amiga Luna decidió ayudarla.

"Catha, ¿por qué le tenés miedo a las luciérnagas? Son tan hermosas cuando vuelan" - le preguntó con curiosidad.

"Me dan miedo porque iluminan de repente y no sé dónde están. Tienen luces como en una película de miedo" - contestó Catha, con miedo en su voz.

Luna pensó un momento y luego sonrió.

"¿Qué te parece si las observamos juntas? Tal vez así te des cuenta de que son solo chicas luces que bailan en el aire" - sugirió.

Catha dudó, pero vio la confianza en los ojos de su amiga. Así que, al caer la tarde, ambas se sentaron en el jardín con una manta, listas para observar.

La primera luciérnaga apareció: un destello amarillo brillante.

"Mira, Catha, parece una estrella fugaz cerca de nuestro jardín" - dijo Luna, señalando.

Pero Catha siguió un poco nerviosa. De pronto, la luciérnaga se acercó más.

"¡Ay! ¡No puedo!" - gritó Catha, y se cubrió los ojos.

"No, espera, Catha. ¡Mira cómo vuela!" - le dijo Luna.

Catha, con un poco de valentía, decidió asomarse entre sus dedos. La luciérnaga danzaba en el aire, y de alguna manera, su luz la fascinaba.

"¿Ves? No hace nada, solo vuela y brilla" - comentó Luna mientras se reía.

"Es hermosa..." - murmuró Catha, empezando a relajarse.

Las horas pasaron y pronto más luciérnagas se unieron al espectáculo. Catha, cada vez más cómoda, empezó a reír junto a su amiga.

"Las luciérnagas son como estrellas en el jardín, Luna. ¡Mirá cuántas hay!" - dijo, señalando emocionada.

"Te dije que eran geniales. Y podés ver que no hay nada que temer" - respondió Luna con una sonrisa.

De repente, algo más brilló entre las luciérnagas. Una luciérnaga más grande, que parecía ser la reina de las luces, empezó un baile especial. Catha y Luna la siguieron con la mirada, maravilladas.

"¡Es hermosa!" - exclamó Catha, olvidando por completo su miedo.

"¿Ves? ¡Son amigas del jardín!" - apuntó Luna.

A partir de esa noche, Catha no tuvo miedo de las luciérnagas. Al contrario, cada vez que caía la noche, salía al jardín a verlas bailar.

"¡Mira, ahí vienen!" - le decía a su madre.

Con el tiempo, Catha también compartió su nueva amistad con otros niños del barrio y juntos comenzaron a contar historias sobre las luciérnagas y sus mágicos bailes. Desde entonces, el jardín se llenó de risas y luz.

Catha aprendió que a veces, solo hay que darse una oportunidad y enfrentar nuestros miedos para descubrir que no son tan grandes como parecen.

FIN.

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