Celia y la valentía en la gran ciudad


Erase una vez, en la bulliciosa ciudad de Nueva York, vivía una niña llamada Celia. Celia era muy curiosa y siempre estaba buscando nuevas aventuras.

Un día, decidió adentrarse en el misterioso bosque que se encontraba justo a las afueras de la ciudad. Celia caminó y caminó entre los árboles altos y frondosos del bosque. Se maravillaba con cada sonido que escuchaba y cada animalito que veía.

Pero sin darse cuenta, se fue alejando cada vez más de su camino. Después de un rato, Celia se dio cuenta de que estaba perdida. Miró a su alrededor y no reconoció nada familiar.

Comenzó a sentirse asustada, pero recordó lo valiente que era y decidió seguir caminando en busca de la salida. Después de un tiempo, finalmente encontró el camino hacia fuera del bosque. Saliendo del espeso follaje, sus ojos se abrieron ante la vista de los rascacielos brillantes y las calles llenas de gente.

Pero ahora Celia enfrentaba otro problema: ¡no sabía cómo llegar a su casa! Miraba a su alrededor tratando de reconocer algún edificio o calle conocidos, pero todo le parecía extraño.

Justo cuando comenzaba a sentirse desesperada, un amable señor mayor se acercó a ella y le preguntó si necesitaba ayuda. Celia le contó sobre su aventura en el bosque y cómo había terminado perdiéndose en la ciudad.

El señor sonrió gentilmente y dijo: "No te preocupes pequeña, te ayudaré a encontrar tu camino a casa". Celia se sintió aliviada y feliz de haber encontrado un buen samaritano. El señor le explicó que la ciudad puede ser confusa, pero que siempre hay maneras de orientarse.

Le enseñó a Celia cómo leer los nombres de las calles y los números en los edificios para poder ubicarse.

Caminaron juntos por las concurridas calles mientras el señor le mostraba diferentes puntos de referencia y le daba consejos útiles sobre cómo moverse por la ciudad. Celia estaba fascinada con todo lo que veía y escuchaba. Finalmente, después de un emocionante recorrido, llegaron frente a la puerta de la casa de Celia.

La niña estaba muy agradecida por toda la ayuda que había recibido del amable señor. "Muchas gracias por guiarme a casa", dijo Celia con una sonrisa radiante. "Ahora sé cómo encontrar mi camino en esta gran ciudad".

El señor asintió y respondió: "Recuerda, pequeña valiente, siempre puedes pedir ayuda cuando te sientas perdida o confundida. Nunca estás sola". Con ese sabio consejo en mente, Celia entró corriendo en su hogar lleno de alegría y gratitud.

A partir de ese día, nunca más volvió a perderse en Nueva York porque aprendió que pedir ayuda es algo valiente y sabio.

Y así fue como Celina aprendió una importante lección: no importa cuán grande sea el desafío o cuánto nos perdamos, siempre habrá alguien dispuesto a ayudarnos si tenemos el valor suficiente para pedirlo.

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