Cemí y la Magia de Boriquén
Era un día soleado en la hermosa isla de Boriquén, conocida como Puerto Rico, donde las palmeras se mecen al ritmo del viento y el canto de los coquíes resuena por las noches. En el corazón de la selva, un pequeño Cemí, llamado Yuca, soñaba con aventuras. Yuca era un Cemí taíno, un espíritu protector que habitaba un pequeño ídolo de piedra, creado por sus ancestros.
"Hoy es el día perfecto para explorar el bosque", pensó Yuca, mientras sentía la calidez del sol que iluminaba su forma mágica.
Al levantarse sobre el altar donde había estado quieto durante años, Yuca comenzó a moverse por la isla. Con cada paso, podía escuchar susurros de los árboles y risas de los animales que lo rodeaban. Por primera vez, decidió alejarse del altar y conocer el mundo más allá de su hogar.
Mientras caminaba, se encontró con un grupo de niños taínos que había sido atrapado por una densa neblina que descendió repentinamente.
"¡Hola! ¿Quiénes son ustedes?", preguntó Yuca, saltando hacia ellos.
Los niños, asustados, respondieron: "Nosotros somos Ashé, Taina y Bori, veníamos a recoger frutas y de repente estamos perdidos."
Yuca, recordando lo que su abuelo siempre decía sobre la importancia de ayudar a los demás, se sintió emocionado.
"No se preocupen, mis amigos. Yo los ayudaré a salir de aquí. ¡Sigan mis pasos!" - exclamó, guiando a los niños hacia la luz que empezaba a abrirse en la neblina.
Sin embargo, la neblina no se disipaba. En un giro inesperado, comenzaron a surgir sombras de animales del pasado, como el feroz cernícalo y el imponente manatí, que caminaban en círculos y desorientaban a los niños.
"¿Qué hacemos ahora, Yuca?", preguntó Ashé, con temor.
Yuca pensó rápidamente y decidió utilizar su esencia mágica. Se concentró y de su pequeño ídolo comenzaron a surgir luces brillantes que formaron figuras de bailarines taínos.
"¡Miren! ¡Ellos están aquí para mostrarnos el camino!", gritó Yuca, señalando las luces que danzaban en el aire. La magia de sus ancestros lo conectaba con la naturaleza.
Los niños comenzaron a seguir a los bailarines, que los guiaron a través del bosque, mientras cada paso que daban era acompañado por el ritmo del tambor que resonaba en la distancia.
Finalmente, encontraron un claro donde la neblina se disipó por completo.
"¡Lo logramos!", gritó Taina, llena de alegría.
"Todo gracias a ustedes, valientes amigos" - dijo Yuca, mirando a los niños.
Cuando se dieron cuenta de que habían llegado a un claro con frutas y plantas vibrantes, Yuca sonrió.
"Este es un lugar especial, donde la naturaleza y la gente pueden estar juntas y cuidar de este hermoso lugar."
Los niños comenzaron a recolectar frutas, y Yuca los observaba feliz, recordando cómo cada uno de ellos cargaba una chispa de magia.
"¡Prometamos cuidar siempre de nuestra isla y de su magia!" - sugirió Bori.
Todos estuvieron de acuerdo, y desde ese día, los cuatro amigos no solo cuidaron de Boriquén, sino que también pasaron sus historias de aventuras a las futuras generaciones de taínos, inspirando a todos a conectarse con la naturaleza y recordar la importancia de la amistad.
Con el brillo en sus ojos, Yuca regresó a su altar, esperando nuevas aventuras, pero sabiendo que la magia de Boriquén continuaría viva en los corazones de esos niños valientes que nunca dejarían de explorar, cuidar y amar su hogar.
FIN.