Cenicienta y el Baile de las Estrellas



En un pequeño pueblo, había una chica llamada Cenicienta. A diferencia de las historias tradicionales, ella era la persona más bondadosa y valiente de la aldea. Vivía con su madrastra y dos hermanastras que, a pesar de ser egoístas y caprichosas, ella siempre trataba de ayudar.

Una mañana, mientras barría el patio, Cenicienta escuchó un ruidito. Al acercarse, vio a un pequeño ratón atrapado en la rama de un árbol.

"¡Ayuda! ¡Por favor, ayúdame!" - decía el ratón, asustado.

"¡No te preocupes! Voy a ayudarte." - le respondió Cenicienta, y con mucho cuidado liberó al ratón.

"¡Gracias, gracias! Soy Remy y soy tu amigo. ¡Me gustaría ayudarte a cambiar tu vida!" - exclamó el ratón.

Cenicienta sonrió, pero no estaba segura de cómo podía cambiar su vida. Pero esa tarde todo cambió, cuando la noticia del Baile de las Estrellas llegó a la aldea.

"¡Cenicienta! ¡Debes prepararte!" - le decía su madrastra mientras trataba de ignorarla y preparar a sus hijas.

Las hermanastras se reían de ella.

"¡No puedes ir! No tienes nada que ponerte. Eres solo una criada aquí."

A pesar de su tristeza, Cenicienta decidió no rendirse.

"Quizás una buena amiga me ayude." - pensó, y fue a buscar a Remy.

"¿Puedo ayudarte a ir al baile?" - preguntó Remy.

"¿Cómo?" - se sorprendió Cenicienta.

Remy se puso a pensar.

"¡Juntos podemos hacer magia!"

Entonces, con la ayuda de sus amigos animales, Cenicienta y Remy empezaron a recolectar flores y hojas.

Con un poco de esfuerzo y muchas risas, crearon un hermoso vestido hecho de pétalos y hojas brillantes. Cuando Cenicienta se miró en el espejo, no podía creer lo hermosa que se veía.

"¡Increíble! ¡Vamos al baile!" - gritó llena de emoción.

Esa noche, al llegar al baile, todos en el salón se quedaron boquiabiertos.

"¿Quién es ella? Nunca había visto a alguien tan hermoso." - susurraban los invitados.

Hasta el príncipe, que estaba muy aburrido en su trono, se levantó al verla.

"¡Linda dama! ¿Bailarías conmigo?"

Cenicienta aceptó, y juntos dieron vueltas en la pista. Pero justo cuando todo parecía perfecto, su madrastra la reconoció.

"¡Cenicienta! ¿Qué haces aquí?" - gritó con furia.

Asustada y avergonzada, Cenicienta decidió que era hora de irse.

"Lo siento, tengo que irme..." - dijo mientras se alejaba.

Durante su carrera, Cenicienta dejó caer un zapato. Remy, que la había seguido, la animó.

"¡No te detengas! Tienes que irte, pero volveremos!"

Al día siguiente, el príncipe mandó a buscar a la dueña del zapato.

Todos en la casa querían ponérselo, pero no les quedaba.

Cenicienta, que estaba en su casa lavando ollas, escuchó el alboroto y se asomó.

"Yo también quiero probarme el zapato."

La madrastra intentó detenerla.

"¡No se lo pongas, príncipe! No es digna de ti!"

Pero el príncipe, al ver cómo Cenicienta lo intentaba, le sonrió.

"¡Inténtalo, por favor!"

Y cuando se lo puso, le quedó perfecto.

"¡Eres tú! Te he estado buscando toda la noche."

Cenicienta se sintió feliz y segura.

"Gracias, Remy. Gracias por ser mi amigo y ayudarme."

La madrastra y hermanastras se quedaron impactadas.

"No puede ser..." - murmuraron.

El príncipe, decidido, tomó la mano de Cenicienta.

"¿Quieres ser la reina de mi reino?"

Cenicienta, emocionada, respondió:

"¡Sí! Pero quiero que todas seamos amigas."

Desde ese día, Cenicienta no solo se convirtió en la reina, sino que también hizo que su madrastra y hermanastras entendieran el valor de la bondad y la amistad.

Y así, en el reino, todos aprendieron que la verdadera belleza viene de ser buena con los demás.

Y vivieron felices para siempre, llenos de alegría y buenos amigos.

Fin.

FIN.

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