Ceniciento y el baile mágico


Había una vez en un reino muy lejano, un niño llamado Ceniciento. Ceniciento vivía con su madrastra y sus dos hermanastros, y pasaba los días limpiando la casa y cuidando del jardín. A Ceniciento le encantaba bailar y soñaba con asistir al gran baile real, pero su madrastra siempre le decía: "Los niños no van a bailes, Ceniciento. Tienes que quedarte aquí y trabajar".

Un día, el reino entero se alborotó con la noticia de que el príncipe organizaría un baile mágico al que todos estaban invitados. Ceniciento, emocionado, pensó en cómo podría ir al baile sin que su madrastra se lo impidiera. Entonces, apareció su hada madrina. No era una hada común, ¡era un hada madrino!"Ceniciento, sé quién eres realmente", dijo el hada madrino. "Quiero ayudarte a ir al baile y a mostrarte que todos somos libres de ser quienes queremos ser". Con un toque de su varita mágica, transformó un viejo atuendo de caballero en un elegante traje para Ceniciento y convirtió una calabaza en una carroza brillante.

"¡No puedo creerlo! ¡Gracias, hada madrino!", exclamó Ceniciento emocionado. Y así, partió hacia el baile mágico. Al llegar, el príncipe quedó sorprendido por la elegancia y gracia de Ceniciento al bailar, y juntos disfrutaron de una noche maravillosa.

Poco después, el reloj marcó la medianoche, y Ceniciento recordó que la magia expiraba. Apresuradamente, dejó el baile, perdiendo una de sus zapatillas en el camino. El príncipe, decidido a encontrar a su misterioso compañero de baile, inició una búsqueda por todo el reino.

Finalmente, la zapatilla de cristal llegó a manos de Ceniciento, quien se la probó con la ilusión de que el príncipe lo aceptara tal como era. El príncipe, al ver que la zapatilla le calzaba perfectamente, sonrió y dijo: "Me alegra encontrarte, Ceniciento. Bailaste con tanta gracia que supe que eras especial. ¿Quieres ser mi compañero para siempre?"

Ceniciento, con lágrimas de felicidad en los ojos, asintió y juntos regresaron al castillo.

Y así, Ceniciento y el príncipe vivieron felices para siempre, mostrando al reino que el amor y la verdadera identidad de género son maravillosos, sin importar las apariencias o los estereotipos. Desde entonces, todos en el reino celebraron la diversidad y la libertad de ser quienes deseaban ser.

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