Churro y el Ratón Valiente
En un pequeño barrio lleno de casas coloridas, vivía un gato llamado Churro. Era un gato de pelaje suave y atigrado, con unos grandes ojos verdes que brillaban como esmeraldas. Sin embargo, había algo que lo asustaba más que cualquier otra cosa en el mundo: los ratones.
Cada vez que Churro veía uno, sus patas se ponían nerviosas y salía corriendo a esconderse. Y no era para menos; cada ratón que aparecía parecía tener un superpoder especial para asustarlo.
Un día, mientras Churro disfrutaba de un rayo de sol a la sombra de un lindo árbol, escuchó un ruido extraño detrás de la cerca.
"¿Qué será eso?", se preguntó, sintiéndose un poco inquieto.
Justo en ese momento, un pequeño ratón salió de entre las plantas. Churro dio un salto y corrió a refugiarse debajo de una caja olvidada.
"¡No, no, no!", maulló Churro. "¡Alejate, ratón malvado!".
El ratón, que resultó ser un pequeño llamado Rufi, lo miró sorprendido.
"¿Por qué te das miedo, amigo gato?" - preguntó Rufi con curiosidad. "No quiero hacerte daño. Solo busco algo de comida".
Churro, temblando, asomó su cabecita de la caja.
"Pero los gatos y los ratones no se llevan bien. ¡Eso está en las reglas de la naturaleza!" dijo, sin dejar de mirar a Rufi.
Rufi frunció el ceño y se acercó un poquito más.
"Tal vez, pero yo no soy un enemigo. Mira, si me dejas te puedo enseñar que también hay cosas buenas en mí."
Churro, curioso a pesar de su miedo, decidió escuchar.
"¿Qué cosas buenas podrías enseñarme?" - preguntó con un hilito de voz.
Rufi sonrió. "Bueno, por ejemplo, soy muy rápido y puedo ayudarte a encontrar cosas escondidas. O, puedo ser un gran compañero de juegos. ¡Los ratones también tenemos talentos!"
Churro se sintió intrigado. Nunca había pensado en eso.
"¿Y cómo podría confiar en ti? Si un día me asustás, jamás lo perdonaría".
"¡Vamos, dame una oportunidad! ¿Qué tal si hacemos un trato? Si me prometés que no huirás, yo te enseñaré a no tener miedo. Y si no puedes hacerlo, implicará que hemos perdido cuando menos una competencia amistosa. ¡Eso suena divertido!"
Churro sintió un cosquilleo de emoción al imaginar tener un amigo diferente.
"¡Está bien! Haré un intento" - aceptó, un poco inseguro pero entusiasmado.
Desde entonces, Churro y Rufi comenzaron a pasar mucho tiempo juntos. Rufi le mostró cómo hacer una carrera rápida y así Churro pudo dejar salir su energía. Al mismo tiempo, Churro enseñó a Rufi algunos trucos de gato, como trepar árboles.
Con el tiempo, Churro se dio cuenta de que Rufi era un ratón excepcional. No solo tenía habilidades sorprendentes, sino que era valiente y generoso. Juntos idearon juegos y se metieron en aventuras por todo el barrio.
Un día, mientras exploraban, se encontraron con un grupo de gatos que aparentaba estar buscando algo. Miraban para todos lados y se notaba que estaban preocupados. Al acercarse, Churro sintió que era su turno de actuar. Junto a Rufi se acercaron.
"¿Qué les pasa, amigos?", preguntó Churro, dejando a un lado su miedo.
Uno de los gatos, que se llamaba Tigrón, respondió preocupado. "Perdimos nuestra pelota de lana y no podemos encontrarla por ninguna parte. Sin ella, no podemos jugar con nada".
Rufi iluminó su pequeño rostro. "Yo puedo buscar, soy muy rápido". Sin pensarlo, el ratón salió corriendo y Churro lo siguió.
Juntos, buscaron en los rincones más recónditos del jardín y debajo de los arbustos. Después de un rato, Rufi saltó de alegría. "¡La encontré!", exclamó, con la pelota de lana entre sus patas.
Los gatos vitorearon y Tigrón sonrió, agradecido.
"Churro, me alegra que hayas divertido con Rufi. ¡Eres un gran gato!".
Churro se sonrojó ligeramente. Su valentía, unida al ingenio de Rufi, había hecho posible la solución. Nunca se sintió tan feliz.
Desde ese día, Churro nunca volvió a tener miedo de los ratones, gracias a su amigo Rufi. El barrio se llenó de historias de gatos y ratones que jugaban y se ayudaban mutuamente. Todos aprendieron que la amistad puede superar cualquier miedo.
Y así, Churro siguió explorando un mundo nuevo lleno de aventuras, con un amigo valiente a su lado y sin dejar que los miedos detuvieran su felicidad. Y cuando pasaba un ratón, simplemente sonreía sabiendo que había encontrado un nuevo amigo en el camino.
"Gracias, Rufi. Eres el mejor amigo que un gato podría tener" - le dijo Churro.
Y ambos, riendo a carcajadas, continuaron creando recuerdos día tras día.
FIN.