Ciro, el pequeño goleador
Un día soleado, Ciro Damir se despertó con una gran sonrisa en su rostro. Sabía que ese día era especial, porque por fin jugaría un partido de fútbol en el parque con sus amigos. Pero había algo aún más emocionante: su mamá, Ana, había prometido ir a verlo jugar.
"¡Mamá! ¡Estás lista!", gritó Ciro mientras corría hacia la cocina.
"Sí, Ciro, ya estoy lista. ¡Cuánto te gusta jugar al fútbol!", respondió Ana con una sonrisa.
Ciro se vestía con su camiseta favorita, que era de color celeste y tenía el número diez en la espalda. Estaba ansioso y un poco nervioso, porque había sido elegido como el goleador del equipo. En el camino al parque, le decía a su mamá:
"Espero hacer al menos un gol, mamá. ¡Quiero que estés orgullosa de mí!"
"Siempre estoy orgullosa de vos, Ciro. Solo diviértete y juega como siempre lo haces. No importa el resultado", le contestó Ana.
Al llegar al parque, Ciro vio a sus amigos jugando y se iluminó. Corrió hacia ellos, pero de repente, un problema surgió.
El equipo rival, que se veía más fuerte y grande, apareció en el campo. Los chicos de Ciro comenzaron a murmurar entre ellos.
"Ellos son muy buenos, no sé si podemos ganar", dijo uno de sus amigos, un poco desanimado.
Ciro, con su espíritu decidido, les dijo:
"No importa qué tan buenos sean. Si jugamos juntos y nos apoyamos, ¡podemos lograrlo!"
Los amigos se animaron y, de a poco, comenzaron a calentar para el partido. Ana, desde la banca, observaba a su hijo con orgullo, mientras le daba pequeños consejos.
"Justo así, Ciro. Mantené la cabeza en alto y mirá a tus compañeros", le gritaba.
El partido comenzó y, aunque el equipo rival comenzó dominando, Ciro no se dio por vencido. Con cada pase, cada movimiento y cada jugada, demostró su entrega. En medio del juego, Ciro hizo una gran jugada y tuvo la oportunidad de anotar un gol. Estaba tan concentrado que no se dio cuenta de que, detrás de él, uno de sus amigos estaba abierto para un pase.
"¡Ciro! ¡Pasame la pelota!", gritó su amigo.
Pero él, decidido, disparó a puerta y… ¡el balón rozó el poste! El público aplaudió y Ana lo alentó:
"¡Lo intentaste, Ciro! ¡Sigue así!"
Ciro se sintió un poco desanimado, pero no se rindió. En los minutos que siguieron, siguió trabajando en equipo, asistiendo a sus amigos y defendiendo su arco, pero el tiempo se acababa. Faltaban solo dos minutos para que terminara el partido, el marcador estaba empatado y todos estaban ansiosos por un gol.
En ese preciso instante, uno de los rivales se llevó el balón y dirigió hacia la portería de Ciro. Pero en un momento de reflejo, Ciro se lanzó en una carrera rápida hacia la pelota y, cuando pudo interceptar, le pasó el balón a su amigo Juan, que estaba en posición de tiro.
"¡Juan, ahora!", gritó Ciro.
Juan disparó y, tras un momento de suspense, el balón se coló en la red. ¡Goooool!
El parque estalló en aplausos y risas. Ciro, emocionado y radiante, corrió a abrazar a su amigo, y, entre risas, gritaron al unísono:
"¡Vamos, equipo! ¡Ganamos!"
Ana no podía estar más orgullosa. Se acercó a su hijo y lo abrazó.
"¡Eso fue increíble, Ciro! ¡Jugaste muy bien!"
Ciro sonrió de oreja a oreja y se dio cuenta de que, aunque no pudo anotar un gol, había aprendido una lección importante: lo más valioso del juego no es solo ganar, sino trabajar en equipo y disfrutar el momento.
"Gracias, mamá. Me divertí mucho y, además, ¡hicimos un gran equipo!"
Desde aquel día, Ciro entendió que el fútbol era más que un deporte: era una forma de amistad, de colaboración y, sobre todo, de alegría. Ciro y su mamá continuaron yendo juntos a los partidos, y siempre que jugaba, en el fondo de su corazón sabía que lo más importante era compartir su pasión con aquellos que amaba.
FIN.