Ciro y el Misterio de los Polutos



En un pequeño pueblo llamado Alegrolandia, donde el sol siempre brillaba y las flores nunca dejaban de florecer, vivía un niño llamado Ciro. Ciro era un niño curioso, lleno de energía y siempre dispuesto a ayudar a los demás. Sin embargo, había un pequeño problema: Ciro era poluto. Esto no era algo que él eligiera, sino que era una condición especial que lo hacía diferente a los demás.

Ciro tenía una manera curiosa de ver el mundo. Las cosas que lo rodeaban tenían un brillo especial, y todo parecía más colorido y vibrante cuando él estaba cerca. Pero, por otro lado, su condición de poluto hacía que algunos niños del pueblo no quisieran jugar con él.

Un día, mientras Ciro paseaba por el parque, se encontró con su amiga Lola, que estaba muy triste.

"¿Qué te pasa, Lola?" - preguntó Ciro, acercándose a ella.

"No puedo encontrar mi pelota. La perdí mientras jugaba y ahora nadie quiere ayudarme..." - respondió Lola, con lágrimas en los ojos.

Ciro pensó que podía ayudar.

"No te preocupes, vamos a buscarla juntos. Yo sé que hay un lugar donde los polutos pueden encontrar cosas perdidas." - dijo Ciro, decidido.

"¿Qué es un poluto?" - preguntó Lola, con curiosidad.

"Es como un superpoder. Cuando hay muchos polutos en un lugar, a veces podemos encontrar las cosas que otros han perdido. ¡Veni!" - Ciro sonrió y tomó la mano de su amiga.

Siguieron su camino y llegaron a un rincón secreto del parque, lleno de flores luminosas y árboles que susurraban. Ciro cerró los ojos y concentró su energía.

"¡Polutos, ayúdenme a encontrar la pelota de Lola!" - gritó Ciro. En ese momento, el aire comenzó a brillar y una suave brisa sopló. De repente, una luz verde apareció entre los arbustos. Cuando abrieron los ojos, ahí estaba la pelota de Lola, moviéndose hacia ellos como si tuviera vida propia.

"¡Lo lograste, Ciro! ¡Gracias!" - exclamó Lola, con una gran sonrisa.

Desde aquel día, el corazón de Ciro se llenó de alegría. No solo había ayudado a su amiga, sino que también había aceptado su diferencia.

Sin embargo, no todo fue fácil. Algunos niños siguieron haciendo bromas sobre su condición. Pero Ciro jamás se rindió. Decidió organizar un gran evento en el pueblo, donde se sumarían todos los niños, para demostrar que ser poluto no era algo malo.

"¡Vamos a hacer una carrera de búsqueda del tesoro!" - propuso Ciro en la escuela.

"¿Y si no encuentras nada?" - murmuró un niño del fondo.

"Pero si yo puedo hacerlo, ustedes también pueden. Y, además, ¡seremos un gran equipo!" - proclamó Ciro, entusiasmado.

Esa tarde, todos los niños se juntaron en el parque. Ciro dirigió el evento y les mostró cómo los polutos podían ayudar a encontrar objetos escondidos. Al final de la tarde, todos se habían divertido muchísimo y encontraron juguetes perdidos, canicas y hasta una antigua brújula que hacía mucho tiempo había sido olvidada.

Al notar lo mucho que Ciro podía ayudar, los chicos comenzaron a quererlo más.

"No sabía que ser poluto era tan divertido. ¡Vamos a jugar todos los días!" - dijo uno de los niños.

"Sí, ¡Ciro es genial!" - agregó otro.

Día a día, los niños aprendieron que lo diferente no solo es aceptable, sino que puede ser una fuente de alegría y unión. Gracias a la valentía de Ciro, los habitantes de Alegrolandia comenzaron a ver los polutos como héroes.

Y así, Ciro descubrió que su superpoder no solo consistía en encontrar cosas perdidas, sino en enseñar a todos que ser diferente es especial, y que en la diversidad hay belleza y unión. Al final, Alegrolandia fue un lugar más divertido y lleno de risas.

Ciro, el poluto, había demostrado que ser único es algo para celebrar. Y así, el pueblo nunca volvió a ver a los polutos de la misma forma. Desde entonces, siempre hubo un lugar especial en sus corazones para todos aquellos que eran diferentes.

Y así, Ciro siguió viviendo aventuras en su querido Alegrolandia, demostrando que ser diferente tiene sus propios beneficios y que, al final, siempre se puede encontrar algo bueno en cada situación.

Fin

FIN.

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